Un bello sueño




Lo vi por última vez en algún lugar de la frontera de los estados unidos y Canadá entre hielos y tormentas de nieve. Fue entonces, en su caminar largo en el tiempo, portador de un ramito de violetas y una carta de Arabella, que no abrí. En esa ocasión no nos contó su historia. Cuando se lo pregunté, cantó con voz clara:

Del cerro vengo bajando,*
camino y piedra,
traigo enredada en el alma, vida, ¡Ay!
una tristeza.

Es mi destino
piedra y camino,
de un sueño lejano y bello, vida, ¡Ay!
soy peregrino.

Dime, al menos, tu nombre, le dije. O a dónde vas. Me respondió con su voz de poesías: Anín Gunaparte. No supe si ese era su nombre o su destino. Sólo se calzó su gruesa boina tejida con lana de alce, se acomodó la manta y se fue musitando:

A veces soy como el río,
llego cantando,
y sin que nadie lo sepa, vida ¡Ay!
Me voy llorando.

Supe, tiempo después, quizás años después, su historia verdadera. Me la relató latamente Arabella, cuando al fin nos encontramos. Habían caminado juntos, infinitos caminos. Habían pasado tantas madrugadas buscando un rayo de luz. Arabella dijo que siempre, en esas esperas, le preguntaba, antes del amanecer: ¿Por qué la noche es tan larga? Pero sólo respondía con un versito corto:

¡Guitarra, dímelo tú!.

Por fin, cualquier día, sus rumbos fueron divergentes. Ella iba a Ivujivik, a la entrada de la Bahía de Hudson, él a Saskatchewan. Ahí fue donde me entregó esa carta que jamás abrí y siempre llevaba, con algún rencor, en el bolsillo interior de mi chaqueta, junto al corazón, porque cuando se fue, se había ido, a escondidas, con otro. Antes de separarse, definitivamente, Arabella le pidió que le ayudara a escribir aquella carta. ¿La recuerdas? Me preguntó. Nunca la abrí, dije. Me preguntó por qué. No quise responder. Mentí; le dije en vez: La quise guardar para leerla contigo. ¿Aún la tienes? me interrogó. Aún la tengo, respondí. La saqué del bolsillo del pecho y ella la abrió por mí. La leyó por mí, en voz alta, con esa voz de hembra que canta bien. Decía, en el mismo tono de aquel viejo relato, que cantó Anín Gunaparte, o como sea que se llamara:

Me acusas de no quererte,
no digas eso,
tal vez no comprendas nunca, vida, ¡Ay!
Por qué me alejo.

Es mi destino
piedra y camino,
de un sueño lejano y bello, vida, ¡Ay!
Soy peregrino.

Quise abrazarla, quise besarla, le dije que si nuestros caminos habían convergido al fin, era porque nuestros sueños también y le rogué que se quedara. Quiso hacerlo. Creo que fueron días felices. Al menos para mí lo fueron. Para Arabella ¡No!. Con el tiempo, es posible que su penar hubiera terminado con mis alegrías. Antes que así sucediera, un día cualquiera me dijo:

Por más que la dicha busco,
vivo penando,
y cuando debo quedarme, vida, ¡Ay!
Me voy andando.

Hoy, tanto después, al otro lado del mundo, casi al llegar al sur del sur, desde donde quizás partió algún día Anín Gunaparte, si es ese su nombre verdadero, o sólo su destino lejano y bello, entro en el bar Plaza de Almas en Maipú 791, en la esquina con Santa Fe, en Tucumán, a tomar un vino Malbec de Benjamín Nieto, para seguir cargando la vida. Al fondo un hombre de facciones ásperas, con una boina de lana de alce y una manta gruesa, pulsa una guitarra y canta, con voz argentina:

Es mi destino
piedra y camino
de un sueño lejano y bello, vida ¡Ay!
Soy peregrino.

Kepa Uriberri



[*] Canción Piedra y camino de Atahualpa Yupanqui