El escritor y el aprecio al lector




Encuentro el siguiente comentario sobre mis escritos, que creo apropiado comentar:

«Por si alguno ha tenido la paciencia de leerme, espero que sí, mencionaré que también en los escritos de Kepa, se ha advertido en algunos momentos una ficción dentro de la ficción... nombres, geografías, etc... O incluso, ...y espero que Kepa no se moleste, como si el autor hiciera el juego de creer que el lector es tonto de remate en algunos momentos, y la persona más inteligente en otros. Pero bueno, esto último ya me sería más difícil de explicar o demostrar, sobre todo porque se basa principalmente en una mera sensación que, como todas, suelen ser a veces bastante volubles. »

M.


Escribir es una actividad, por demás, general y cotidiana. De una forma u otra todo ser humano no analfabeto es un escritor, es decir, es alguien que escribe. Ser escritor, finalmente, no es más que eso: Escribir.

A pesar de lo anterior y de su realidad indesmentible, culturalmente se reserva el nombre de escritor a quienes con su escritura intentan producir arte u orientar la opinión ajena, donde no siempre hay arte aunque a veces sí, pero sí hay reflexión y por tanto esfuerzo intelectual. Los escritores que producen arte mayoritariamente cubren dos áreas: Poesía y ficción. Esta última es a su vez parte de un área mayor, la narrativa en la que se puede incluir la crónica y tal vez la historia o un género que navega entre ella y la ficción. La crónica, la historia y el ensayo que no pertenece a la narrativa, son el terreno del escritor que se aplica a la reflexión. No pretendo en este análisis introductorio ser exhaustivo, pues caería fuera de la escritura como actividad y tal vez cayera en la sociología o la filosofía y más, para las que la escritura es sólo una herramienta, lo mismo que para el abogado que redacta un contrato, un convenio social, una demanda o más.

De entre las orientaciones del escritor deberé reconocer que la poesía no es la mía, pero sí me apasiona el ensayo que va ligado al ejercicio reflexivo sin limitaciones y cuyo último fin es estimular el avance de las ideas en cualquier ámbito del pensamiento humano. Hacer ensayo requiere abrir la mente así como se abre las ventanas para que el aire circule fresco y estimulante. Ejemplificaré con un tema de reflexión que me ronda desde un tiempo y que tal vez escape absolutamente de lo que llamaríamos, con los medios que tenemos, la realidad, pero en el cual no hay engaño ni supone nada, aparte de cierta inteligencia, del lector. Vivimos inmersos en un flujo torrencial que nos lleva siempre en el sentido de su movimiento. Ese flujo es un condicionante inexorable: El tiempo. Pero, a la vez, vivimos en esa corriente que fluye, navegando en la gran barca universal del espacio, en tres generosas dimensiones, en las cuales creemos ejercer amplia libertad. Ya no recuerdo la razón por la que alguien dio, en este sentido, un ejemplo que creí muy lúcido: Consistía en imaginar seres moviéndose en un universo bidimensional y que por tanto no eran capaces de imaginar y menos visualizar, lanzar su vista, sobre una tercera dimensión espacial. Ésto no tendría por qué privar a ese universo de ser, a su vez, un elemento particular dentro de un universo más complejo en tres dimensiones. Pienso por un momento que ese universo puede ser como la imagen en movimiento proyectada en una gran hoja de papel infinita. El ejemplo referido propone que pase sobre este universo bidimensional, en el de tres dimensiones que lo contiene, un pájaro volando que cague y siga su vuelo. La caca de pájaro atravesaría el universo bidimensional en su caída y seguiría su curso. Para los seres del universo en dos dimensiones este fenómeno sería interpretado como una extraña, e inexplicable aparición de mierda, que del mismo modo inextricable se desvanecería. No tendría, para ellos, realidad a pesar que si entendieran la tercera dimensión que les es ajena, sería algo cotidiano. Intentos de modelar universos bidimensionales o de buscar la cuarta dimensión y más, en términos espaciales no le es casi ajeno a nadie. Pero hasta ahora, tal vez por su fuerza paramétrica y torrencial, no he visto nunca a nadie que piense en una segunda dimensión temporal, es decir un segundo tiempo que tenga libre acceso, como el espacio, y ortogonal al tiempo que conocemos. ¿Como sería nuestro universo si apareciera de pronto una segunda dimensión de tiempo? ¿Cómo sería desplazarse libremente tres horas a la izquierda y luego volver, mientras el tiempo atado normal avanza cuatro días?. Cuántas otras interrogantes saltan a la reflexión con una velocidad vertiginosa. Este proceso de pensamiento y reflexión conduce a la elaboración de un ensayo tanto como una reflexión sobre la pobreza que atraviesa a grandes poblaciones de la humanidad y las razones que estancan la acción del hombre para solucionarla. Tal vez haya quienes encuentren valioso este segundo tema y aquel otro una rara ficción que pretende engañar al lector menospreciando su capacidad. Mi visión es que ambas reflexiones tienen su propio mérito y sentido de realidad. Jamás se elaboraría una reflexión seria con el afán de burlar al lector. El lector es el compañero de ruta del escritor.

La ficción en literatura no pretende engañar o mentir, no puede, tampoco, ser vista como la construcción de un tinglado a base de mentiras, o de engaños alevosos, ni de intentos de sorprender al lector en un momento de descuido para hacerlo caer en trampa ninguna. Cuando se habla de ficción se está trabajando con historias fingidas mediante un esfuerzo de la imaginación compartido entre el lector y el escritor. La ficción como una segunda dimensión de tiempo, es algo dimensionalmente diferente, pero de la misma esencia que la realidad. Es una segunda dimensión de la realidad.

Quizás por eso mismo sea el área más apasionante de la escritura sin duda alguna. Es sólo aquí donde el escritor tiene la posibilidad de crear arte con una delicada mixtura de reflexión, que es la herramienta del ensayo, y de acción descriptiva o narrativa. Aquí el escritor crea un universo donde se mueven sucesos y personajes que el lector enjuicia y con los que se ve obligado a reflexionar, a comulgar o disentir, a creerles o a dudar. Nuevamente el lector es el compañero de camino del escritor. Así como en el ensayo el escritor pretendía estimular la reflexión del lector sobre un tema, en la ficción quiere hacer de él un cómplice en base a la imaginación y la emoción, más allá de la reflexión, que sea capaz de compartir una visión de un cosmos propuesto que puede ser idéntico al suyo cotidiano, o diametralmente opuesto. Pero en modo alguno es un engaño o supone un desprecio de ninguna capacidad del lector, ni juega con esa ilusión. Menos aún pretende una sobrevaloración de la capacidad propia, por sobre el lector o una coacción de su inteligencia. Sea yo por siempre libre de la desgracia de ser leído con persistencia por alguien que estima que lo veo como un inferior, ni siquiera por juego. Muy por el contrario, quisiera siempre estar escribiendo, y en eso me esmero, para alguien en todo caso superior a mi mismo, de modo que sea siempre más y más exigente, y aún más. Quisiera escribir para alguien cuyo intelecto sea capaz de volar sobre nuestro cosmos y ver cómo, desde aquellas infinitas dimensiones reales y desconocidas, los pajaritos cagan sobre nosotros. Quisiera hacer cómplices de mis ficciones a aquellos que pudieran entender que en alguna alternativa diferente Barcelona podría estar bañada por el Adriático, o que alguien podría partir caminando con un ramito de violetas desde Melpullicó, al sur de Canadá, donde florecen los castaños en noviembre, para regalarlo a su novia que aún no conoce, en Lima, al sur de la Argentina. Abrir las ventanas de la imaginación para que entre la brisa que la haga volar y permita comprender que la diferencia y el error son una parte de la realidad necesaria, es una característica indispensable que hará desafiante a un lector como cómplice. ¡A eso aspiro!. Por supuesto que aspiro también al lector que tiene capacidad de soportar el vértigo de viajar a la total libertad y a la duda. Por el contrario, nunca podría tolerar un lector que se sienta engañado. Tampoco ese lector podría tolerarme, más aún si llega a sentirse defraudado por mi literatura, e inmerso en una falsedad insidiosa.

No. Jamás engañaría a nadie. No obstante la imaginación y la ficción tienen un componente lúdico que un lector, que no logre la complicidad con el autor, podrá entender como engaño, o como menosprecio, sin embargo es seguro que ese lector, al no enganchar en el artilugio ficticio que se le propone, mas temprano o más tarde, indefectiblemente, dejará esa lectura, y hará bien.

Kepa Uriberri