El realismo Mágico

Pareciera que no fuera bueno pensar demasiado en las cosas. Cuando lo hago me doy cuenta, siempre tarde, que quedo atrapado en la magia de los sucesos, en la sincronía ineludible de los eventos. Más aún cuando se cavila en torno a las advocaciones de lo metafísicamente fantástico. Hace algunos días escribí un comentario sobre el Aleph de Borges, a partir de una conversación con mi hijo sobre aquel relato. Hacía ahí, un contrapunto breve entre éste y Alejo Carpentier, debido a que son contemporáneos y que representan, sin embargo, formas tan diferentes de cultivar la literatura. Son tan opuestos, aunque relacionados, como para que uno muriera donde el otro nació. No obstante, comparten una característica tan central en literatura como la erudición y un uso finísimo del lenguaje. Y sin embargo, Borges resulta siempre omnipresente, mientras Carpentier vive casi en el olvido. Recordé en ese comentario al gran influenciador de la literatura del boom latino americano, William Faulkner y como no siempre se escribe de memoria, hube de escarbar mi desordenada biblioteca, de donde saqué a los tres mencionados. Es muy curioso: Al manipular los tres tomos, entre consultas, descubro que los tres tienen aún adheridas las etiquetas del establecimiento donde fueron comprados. No es una librería. No. Es un Hipermercado de una mole comercial. Las tres etiquetas reflejan un precio absurdo para cada libro en cuestión: Ficciones de Jorge Luis Borges, de Editorial Eme Ce, dice dos mil quinientos pesos, unos cinco dólares de la época, El tomo de Alejo Carpentier es una recopilación de relatos realizado por la Editora del Club Internacional del Libro con motivo del Premio Cervantes recibido en mil novecientos setenta y siete, y forma parte de una colección de todos los ganadores de aquél. Su etiqueta de precio dice mil novecientos noventa pesos es decir unos cuatro dólares y Faulkner fue comprado en novecientos noventa pesos: dos dólares. Los tres libros fueron comprados en la misma ocasión, que recuerdo con claridad al encontrar esta seña extraña.

Recuerdo la urgencia de imprimir las copias de algún relato en papel de formato A4, para enviarlas a algún certamen, que, como tantas veces, no gané. Tenía el tiempo justo para enviar la obra en cuestión y no tenía hojas del formato, de modo que salí cerca de las diez de la noche al hipermercado que se encuentra en la mole del Alto de Las Condes donde era posible conseguirlo. Así imprimiría de noche, o a primera hora de la mañana y entregaría en correo al día siguiente temprano. Mi hijo, el mismo que ahora motivó el comentario sobre El Aleph, me acompañó en esa ocasión: "Te acompaño, para que no vayas solo" dijo. Llegamos muy cerca de la hora de cierre. La luces ya estaban bajas. En el sector de materiales de oficina, encuentro, por fortuna una última resma de quinientas hojas de papel A4. Frente al estante había un largo mesón lleno de libros revueltos y desordenados. Me sumerjo en ese mar amarillo de papel de liquidación. Durante el día los parroquianos despejaron de inservibles súper ventas, el mesón de la liquidación. Sólo queda verdadera literatura y algún desecho. Mi hijo encuentra a Faulkner. "¡Mira!" dice; "William Faulkner en novecientos pesos". Él acababa de leer Santuario y había quedado maravillado. Lo hojeo. Trae dos cuentos preciosos: Una rosa para Emily y Miss Zilphia Gantt. Me lo echo bajo el brazo junto a la resma. Más allá encuentro una colección, ya mermada de tomos de una colección de los ganadores del premio Cervantes. Busco a Roa Bastos, pero no lo encuentro, tampoco a Sabato. De repente emerge Alejo Carpentier. Recuerdo cuando en cierto taller de análisis literario la obra a revisar era Los pasos perdidos, de este autor. Seguir los pasos, verdaderamente perdidos, de Alejo, fue un parto. Recorrí todo Santiago, librerías y librerías. Mientras más pequeñas, mientras más familiar, mientras más antigua la librería y más aún si era de usados, más sabían de Carpentier, más se maravillaban e iluminaban las miradas, pero el libro no estaba. Hice muchísima vida social y literaria, siguiendo Los pasos perdidos. Lo encontré después de mucho girar y girar, como un derviche, en un mercadito de libros usados, en una tiendecita atendida por un vejete de aspecto de coleccionista. "Tengo dos" me dijo de inmediato y me dio los precios muy distantes uno de otro: "Es que uno es de colección" me aclaró, "mientras el otro sólo es escaso". Después de darle una mirada rápida, uní al premio Cervantes de mil novecientos setenta y siete a Faulkner y la resma. En ese momento una voz cansada habló por los parlantes del enorme local: "Estimados clientes, estamos e breves minutos del cierre de las cajas. Se les ruega pasar por la más cercana habilitada, para formalizar su compra". Las luces bajaron a un nivel casi íntimo. "¡Vamos!" le ordené a mi hijo. "¡Mira! Borges" me dijo. "Dos mil quinientos" agregó. "Está bien; pero vamos". Se trajo Ficciones de Borges, junto al resto de la compra. Tal vez hay un gran demiurgo general, que ya había imaginado el comentario que escribía hace una semana, y este de ahora, añadidos a mis cavilaciones sobre la magia, la realidad y la sincronía; él nos está creando y planificó desde entonces este momento. ¿Por qué no?.

Por mi parte, quisiera explicar por qué guardo una memoria tan clara de un suceso que quizás a otros le parezca demasiado trivial. Había leído sobre Carpentier una cantidad considerable de material para aquel taller que mencioné más atrás. Artículos de periódicos, biografías, recuerdos de camaradas, mucho más. Hay cosas que no se olvidan porque llaman la atención: Carpentier era, en rigor, Suizo. Nunca perdió ese acento francés característico que le hacía decir "Cagpentieg". Se inició en las letras en Francia, donde vive en varios períodos de su vida. Sus primeros escritos fueron surrealistas y según reconoce después, se los entregaba a Desnos para que se los corrigiera. De pronto se dio cuenta que ese camino no lo llevaría a ninguna parte: El surrealismo estaba ya maduro en Europa y hablaba de Europa, mientras él tenía tanto que contar de la realidad americana. Así, abandona el surrealismo y vuelve a América. Durante mucho tiempo se decía que Carpentier habría escrito obras surrealistas, pero no había ninguna prueba. Al día siguiente de mi compra, mientras se imprimía la obra que mandaría a aquel concurso, tomé el libro sobre Carpentier y leí El estudiante, relato inconcluso de un capítulo, más el comienzo del segundo. El manuscrito original termina abruptamente en el quinto reglón de la quinta cuartilla con el comienzo del segundo capítulo, que dice: «El estudiante tenía una cita con la Albertina de Marcel Proust, a las cuatro, detrás de la Magdalena». Así lo establece en negritas el compilador del libro. Se supone que el encuentro del manuscrito de este cuento terminaba con el mito que el mismo Carpentier había alimentado o había dejado crecer; sobre cuya verdad anduvieron a ciegas sus críticos y biógrafos durante mucho tiempo: ¿Había tenido una incursión real en el surrealismo, este autor?. En ocasiones el mismo lo confirmo y en otras lo negó. En alguna ocasión declaró: «He sentido la tentación de hacer surrealismo, incluso comencé a escribir una serie de relatos con el título de "L'étudiant", que era una transposición al español del surrealismo, pero lo dejé» En otra dijo: «En París escribí relatos surrealistas como "El estudiante", por ejemplo. Los escribía en francés, idioma que hablo desde niño, pero se los daba a a revisar a Desnos, pues nunca he podido sentir el ritmo interior de esta lengua». La historia de este relato inconcluso y las circunstancias de su encuentro, me resultaron fascinantes. Vienen explicadas después del relato mismo, en un artículo de Leonardo Padura. Carpentier había hecho carne y músculo, nervio y hueso, con este misterio, lo que sería su máxima obra literaria: El realismo maravilloso, o realismo mágico. En ese entonces, yo desarrollaba un conjunto de relatos a los que había dado el nombre genérico de Psicodramas y había tenido largas discusiones con varios detractores de mi proyecto. Por cada debate y rebate recopilaba argumentos y recursos para un nuevo Psicodrama. A partir del encuentro del cuento inconcluso de Carpentier y las circunstancias comentadas, diseñé un psicodrama, que aún debe persistir en algún foro, quizás replicado en alguna revista, no lo sé, u otro sitio de internet. Se llamó "Psicodrama La Conferencia". Este raro conjunto de cuestiones coincidentes, que estructuran en mi memoria un sistema mágico, me han hecho persistente el recuerdo.

Así fue como al terminar aquel comentario sobre El Aleph, donde concurren en un solo punto todos los puntos del universo, me maravillé de la magia de la convergencia de estos tres autores tan gravitantes en la literatura de este lado del mundo. También estaban ahí mi hijo y el Premio Iberoamericano Planeta-Casa América de Narrativa cuyo plazo de participación vencía el treinta y uno de diciembre; que es posible que tampoco gane. No importa. Carpentier tiene un sabor especial, tan opuesto a Borges y tan coincidente: Ambos extremadamente eruditos, pero éste lo aplica al argumento mientras aquél lo hace a la riqueza del lenguaje. El manierismo de Borges es contrastado en el bello, libre y barroco lenguaje de Alejo. Sentí, por estos contrapuntos, una compulsión de releer a Carpentier y al terminar mi comentario sobre El Aleph, guarde a Faulkner y Borges, y me senté en mi sillón de lectura frente a la ventana que da al parque.

El libro está dividido entres partes. La primera, llamada La Vanguardia, contiene el relato inconcluso, ya mencionado, y un artículo que lo comenta, además de los cuentos El milagro del ascensor e Historia de Lunas. Estos dos relatos reflejan la influencia surrealista que Carpentier transpone a la geometría de lo real maravilloso, en donde, al revés que en el surrealismo que supone que lo onírico, diferente de lo real, es una cara opuesta pero constitutiva del universo del hombre, aquí pierde su carácter especular o de reverso, y se funde en un solo todo, la fantasía, la realidad, la magia, lo verdadero, lo ficticio y lo onírico. Así es como Atilano, es a la vez un hombre, y como tal ataca y viola a las mujeres de la cofradía de los chivos; y un árbol, cuyo pensamiento está atravesado por las duras raíces de este. La historia está a la vez infiltrada por la cultura militar y religiosa: Una impone el orden sin contrapeso y la otra estructura la cultura y creencias que conforman la trama vital de la gente. No obstante, el pueblo basa su forma de vida en sus propias cofradías: Los chivos que viven en los cerros y los sapos que viven en el llano junto al río. Su rutina primordial, es esperar la llegada del tren cada mañana. En este ambiente se cruza el árbol que posee al lustrabotas Atilano y lo impulsa a la violación de las mujeres de los chivos.

La segunda parte contiene el conjunto de tres cuentos llamado Guerra del tiempo. En Viaje a la semilla el relato parte de la casa familiar demolida que en la ficción, o el recuerdo quizás, en un inverso del tiempo transcurriendo el reloj y el calendario hacia la izquierda y atrás, se va reconstruyendo y repasando su historia, encarnada en la familia que la habitó, hasta llegar otra vez al yermo donde alguna vez, antes, no hubo nada sino la condición primera. Encuentro, casi al terminar este relato, esa palabra que define el terreno donde nada hay, ese que es sólo extensión de tierra: Yermo. Tengo idea de la palabra y su significado, no obstante parece ser un uso forzado, de manera que voy a un diccionario y consulto. Este ejercicio lo voy haciendo cada tanto, mientras leo a Carpentier. Cuantas veces habremos apoyado los brazos en balaustradas literarias o en barandales de cemento. Llega uno a acostumbrarse que en literatura son balaustradas. Quizás cada nuevo autor, temeroso de escribir como no se debe, empujado por la sombra de su maestro en talleres y tertulias, o por libros y libros leídos que van respetando tradiciones, escriben "Allí" cuando dicen "Ahí" y construyen balaustradas en papel, donde vieron sólidos barandales. Cuando leo a Carpentier, comprendo la riqueza que el lenguaje puede tener y adquirir, de la mano de alguien que lo maneja con brillo y lucidez. Una balaustrada no lo es por la onomatopeya del sonido que hace el niño que la recorre, con un palo en la mano, y va golpeando a la carrera cada una de las columnitas que la conforman. No. Cada una de esas columnas es un balaústre. Su conjunto constituye una balaustrada. Siendo así, qué raro haber visto, con varias décadas de lector, tantas balaustradas escritas, para encontrar, por fin, el primer balaústre en Viaje a la semilla. Cada uno de ellos fue construido por sobre el yermo, así como envigados y cornisas, y las jambas de los vanos de las puertas, atadas con tornillos en sus charnelas, o las columnas con sus capiteles de hojas de acanto y más. Tantos, muchos, leen por disfrutar la aventura que relata de un modo u otro el autor. Leer a Carpentier no sólo nos regala ese placer, sino aquel otro, quizás mayor, de ver cómo despliega nuestro precioso castellano, lleno de brillos bajo su pluma diestra. Basta leer unas pocas páginas de este cuento inverso, o de cualquier otro, para entender por qué mereció el premio Cervantes. En El Camino de Santiago, acompañamos a Juan de Amberes, un soldado español, destacado en Flandes, en las aventuras que lo llevan a la romería del Camino de Santiago y lo desvían a las Indias, engañado por los cantos de sirena de un indiano que le promete fortuna si se embarca a América, la que resulta ser diferente de toda promesa, y rutinaria hasta el agotamiento de la dulce bigamia. El mundo gira, el tiempo gira y Juan el romero que se desvió del camino de Santiago para ir a América, vuelve a buscar su vida al lugar que lo vio partir y aquí se transforma, al girar una vuelta entera el tiempo, en Juan el Indiano, que vive de enrolar a Juan de Amberes, a Juan el romero, convenciéndolos de poner rumbo a las Indias, donde hay negros que huelen a garduña, donde se cocina costillares en salsas de achiote y se carga cestas de pargos y jicoteas. No sólo nos pasea Juan, con Alejo, por la América antigua del Caribe, sino, siempre, por el castellano que tantas veces nace al amparo de estas tierras, junto a la magia de lo maravilloso. Concluye el paseo por el tiempo y las formas de sus recovecos, con el relato Semejante a la noche. Son tres relatos, quizás iguales, quizás es un sólo relato que se repite eternamente, circulando en el laberinto infinito del tiempo, que el autor nos cuenta entrelazados, porque los tres son el mismo relato y uno continúa fluyendo en el otro, como si fuera un mismo continuo, aún cuando uno sucede en el mítico tiempo del rapto de Helena de Esparta por los troyanos, el otro en épocas de la conquista de las Indias occidentales y el tercero cuando ya se ha iniciado la civilización de América, que ya lleva este nombre, hacia el mil seiscientos. Quizás el nombre sugiere que este relato está conformado de manera semejante a los relatos de los sueños, donde el absurdo se entrelaza, mágico, haciendo unitarios conceptos y hechos diversos que estructuran una realidad única. Me atrevería a decir que este conjunto de relatos, de la Guerra del tiempo, además de la reflexión primitiva de Carpentier sobre el tiempo y su sustancia, es un viaje en el tiempo al pasado americano, donde nace la semilla, quizás por eso introduce ese concepto en el primer relato, que lleva al lector a recorrer el tiempo en un curso inverso al natural de izquierda a derecha, como en los relojes, como él mismo insinúa. Claro que este ya sería una primera derivada del pensamiento carpenteriano, sobre la que el único que podría dirimir la verdad, sería el propio Alejo. Quizás, así como se encontró, de pronto, entre viejos papeles, el manuscrito El Estudiante, que resolvió el misterio sobre los inicios surrealistas del autor, algún día, de modo mágico, pero real, se encuentre el significado de estos relatos y su motivación, de puño y letra del propio Carpentier. Mientras tanto, me atrevo a sostener esta opinión.

Otros relatos cierran el tomo que muestran al ganador de mil novecientos setenta y siete del premio Cervantes. En oficio de tinieblas, si bien quizás el objetivo es otro, el relato está estructurado en torno a la música, los instrumentos de ella y el significado de una canción para la magia del hombre: La Sombra de Agüero va desovillando toda la fantasía y magia a la que se opone, casi como antídoto una canción popular nacida del folclor. Era inevitable que se mostrara esta veta de Carpentier. El escritor estudia, desde muy joven, teoría musical y es enviado a Francia a complementar esta formación. Luego vuelve a La Habana y continúa su formación musical. Sólo mucho después deriva en el periodismo y de ahí en la literatura. Este sello es un fuerte cuño en Carpentier. Casi en todas sus obras hay referencias musicales y cuando no es así, un lector atento puede percibir que, siempre, su estructura narrativa es musical, tanto que muchas veces la formación de conceptos no es percibida directamente en el lenguaje, sino en el ritmo, el tono general y los acentos del relato. Como un ejemplo de este concepto, el siguiente de los Otros relatos, Los fugitivos, cuyo protagonista es un perro, llamado Perro, que huye y se une a un esclavo negro, cimarrón, también escapado del ingenio cercano. Todo el relato está hecho de aromas y sonidos: El aroma del celo de alguna hembra en la lejanía, el áspero ladrido de los perros en jauría que la siguen, salvajes. El llamado de la espadaña, con su campana acuciante, urgiendo a los esclavos, el bordón lento de la capilla, sobre el fondo de los sonidos rurales. Por contraparte, el negro escapado tampoco tiene nombre. Sólo se llama Cimarrón, por su naturaleza de refugiado en los cerros. Como en la música misma, los conceptos no tienen nombre, sino sólo su forma de ser sonidos: Perro, Cimarrón. El relato transcurre como si se tratara de una música pastoral. Los sonidos del cascabel de los cascos de caballo despiertan en Perro el ansia de persecución. La calesa tripulada por el sonido de la huasca de cuero y la campanilla del cura párroco se desboca hasta romperse en un puentecillo de piedra, regalando a Cimarrón una sotana negra, las botas del calesero y su chaqueta, cinco duros y una campanilla de plata. Cuando Cimarrón es apresado, Perro se une a la manada salvaje desde donde le llega el aroma del celo de las hembras. Mucho después se vuelven a encontrar. Cimarrón es su olor a negro y el ritmo de las cadenas que le cuelgan de las muñecas y los tobillos. Los últimos dos relatos de estos Otros, son Los advertidos, una alegoría preciosa de los muchos Noé que en distintos lugares enfrentan el diluvio y El derecho de asilo, un cuento que puede pertenecer a casi todas y a casi cada una de las naciones americanas de origen ibero. Quizás este último sea el más reconocible del género del realismo mágico. Quizás es el más Faulkneriano de todos los relatos, el que pudo ser escrito por Cortázar o García y quizás por Vargas o también Fuentes.

Termino de leer este tomo, lo cierro, lo dejo sobre las rodillas y miro sin ver, al fondo del verde en el parque, tras mi ventanal. Me doy cuenta que estoy sonriendo, que siento un extraño placer, a la vez que un anhelo inexplicable. Son ganas, ganas de seguir leyendo más y más, de Carpentier. Reflexiono que esto sólo me ha ocurrido con unos pocos autores: Günter Grass, Dostoievsky, Tolstoi, Mann que al terminar La montaña Mágica me obligó a comprar Los Buddenbrook y al terminar ambos gruesos tomos no seguí con La muerte en Venecia o Doctor Faustus y otros, aún, por no arruinar mi economía. Concluyo mi reflexión pensando en lo extraño que resulta que un autor de tanto nivel como este, esté casi olvidado y decido recomendarlo: ¡Lectores! ustedes, los que disfrutan el placer de la lectura, busquen a Alejo Carpentier: ¡Léanlo!.

Kepa Uriberri