Psicodrama: Esa vieja hacienda al sur.
No sé si esta historia pertenece, o no, al viejo fabulario de "Le Roman de Renard", pero sí sé que servirá para demostrar que es muy posible que el moderno psicodrama, en su ámbito social, sea una prolongación del género de la fábula. No obstante este mérito particular, tiene, este psicodrama, que algunos dirán: "Apenas fábula"; el valor adicional de mostrar llagas antiguas, actuales y de seguro futuras, que nunca queremos ver como enfermedad sino tan sólo como conculcación de derechos, con lo que las prolongamos hasta el martirio y la desesperación.
Hubo, en algún tiempo ya pasado, un gran señor que tenía grandes riquezas; tanto que sus haciendas se extendían desde más allá del lugar en que nace el sol y no alcanzaba la vista para echarla sobre el límite de sus tierras allende los mares donde la luna crece en las noches claras. Durante innumerables generaciones había aumentado la riqueza de este gran hombre hasta hacerse dueño de todas las tierras de todas las comarcas y heredades que cualquier ambición pudiera alcanzar, tanto que los títulos y honores que se le rendía eran siempre escasos y su nombre resultaba espantoso de recordar. Es así que sólo daremos cuenta en este relato de su existencia en tanto que es estrictamente necesario.
Cuando se ha alcanzado todo y todo se tiene, es porque se tiene todo lo deseable y bueno, es porque la fortuna siempre ha sonreído y nunca hemos visto los avatares que su otra cara muestra y también, mal que pese, es parte de todo y nunca se tendrá todo mientras en él no se incluya aquella cara oscura del azar. Pero como las riquezas y bienes de este hombre ya sólo tenían límite en lo ilimitado, sólo le faltaba la mala fortuna para que sus bienes y recursos no tuvieran parangón, de manera que sin importar cuando haya sido, ni tampoco por qué, al fin consiguió tener la mala suerte que ya era casi un anhelo. Pero, cuando la mala fortuna cae encima, suele no bajarse del lomo del desgraciado hasta haber secado sus bienes y hacer la ruina que es su verdadero territorio.
Fue así que aquel gran señor fue perdiendo sus bienes sus haciendas y sus tierras que cayeron en manos de los ambiciosos, o de los habitantes nativos, y también de señores, de mucha fortuna, venidos de lejos. Tan de lejos venían, que las posesiones lejanas que adquirieron fácil, producto de la mala fortuna ajena, terminaron por no serles deseables. Así vino a suceder con esa vieja hacienda al sur adquirida por un potenete señor que no podía, o no quería atender, y a cuya posesión había llegado sólo en el afán de adquirir notoriedad y poder o quizás por otros oscuros intereses que la gente sencilla nunca podrá comprender del todo. Cuando su nuevo dueño, que más bien había arrebatado la hacienda al gran señor, visitó sus nuevas tierras sólo encontró moscas y hormigas u hormigas y moscas. Tal vez había otros habitantes pero menos importantes o para él completamente invisibles. De este modo, al recorrer sus posesiones el hombre no se cansó de repetir: "Esta es tierra de hormigas y moscas y para siempre no será más que de las moscas y las hormigas". Todos sabemos que las hormigas, y también las moscas en lo suyo, son seres laboriosos, pero por sobre todo confiados, muy principalmente en la palabra que se empeña y en lo que las personas dicen. Cuando una hormiga dice: "Voy por dulce", todos saben que por dulce va y no por otra cosa. Otro tanto sucede con las moscas, tanto es así que creo ocioso redundar con cualquier ejemplo. Fue de esta manera que toda la gente entre moscas y hormigas y también los medios oficiales, todos, entre hormigas y moscas consideraron un compromiso oficial del nuevo señor de legar estas tierras, de la vieja hacienda al sur, a las moscas y hormigas.
Volvió el noble señor y nuevo dueño de aquella hacienda al sur, a sus tierras de siempre, y como siempre encontró ahí alojado al rico errante que los grandes hacendados siempre encontraban alojado en sus haciendas porque además de muy rico, el señor errante, sabía que mejor rendía ser rico y errante, que establecerse en cualquier tierra que no fuera amada, de manera que siempre vagaba de lugar en lugar acumulando riqueza, y financiando los caprichos que luego pesaban en el bolsillo de los grandes señores de las haciendas. Habida cuenta de la incomodidad de estas visitas necesarias o inevitables, el gran señor pensó que ya sería bueno que la errante visita tuviera un lugar donde descansar y aliviar el descanso propio. Entonces ofreció, en pago de diversos servicios ya prestados y recibidos, además de adeudados, aquella vieja hacienda de allá al sur, donde no habitaban sino hormigas y moscas, que él había adquirido sin que fuera más que un riesgo mal calculado y casi desechable. El rico errante aceptó la oferta, porque conocía la hacienda en la que hace muchos y muchos y tantos años, cuentan las leyendas, sus más antiguos ancestros tal vez vivieron, tal vez fueron sus señores y ahí, quizás, reposaron sus huesos, desde entonces, por la eternidad. Fuera cierto o sólo leyenda, ya añoraba un lugar propio del cual ser el gran propietario y hacendado, y vino, pues, a establecerse en el lugar, donde sólo encontró moscas y hormigas.
Mandó, el errante rico, construir su casa en el lugar, para lo que alborotó la vida calma y bucólica de hormigas y moscas que acostumbraban ramonear por el lugar. Se sabe, y es conocido, que el orgullo y la persistencia en las maneras de ser de moscas y hormigas no son rasgos flexibles, sino al menos todo lo contrario, de modo que la intromisión del nuevo propietario, a quien llamaremos Yeison Chimon, no porque este sea su verdadero nombre pero sí porque facilitará de algún modo el relato, no les pareció a estas personas en absoluto apropiada. Menos todavía deseable, sobre todo porque Chimon habría elegido, para levantar su casa, el lugar de la roca donde cada mañana se posaban las moscas a calentar las alas y a acicalarse como es debido y esperable en el rito matinal de esta gente. No me atrevería a decir que era un rito sagrado, porque nada que hagan las moscas nos parece, a nosotros, que somos de diferente condición, sagrado, sino muy por el contrario. Pero habrá que coincidir que del modo que sea, su derecho a sus propios ritos es, para ellas, de seguro sagrado. Por su parte, las hormigas, aunque de manera más disimulada, sin importar que haya quienes (quizás el propio Chimon) digan que es cinismo e intento de aprovechamiento, habitaban desde muy antiguo bajo la gran roca, aunque también lo hacían a la orilla del riacho y en las arenas del bajo y en tantos otros lugares de la hacenda y sus cercanías, incluso hasta más allá del horizonte, no obstante justo bajo la roca estaba el centro mismo de su templo sagrado, donde se venera a la reina y el calor del sol entibia, a través de la masa de la roca, a las nuevas generaciones de larvas fértiles, asegurando su descendencia. Pero Yeison, según sus creencias ancestrales, debía construir su casa sobre roca y en modo alguno sobre tierra húmeda o arena, sino de este modo, para asegurar que el sólido cimiento que sustenta su casa la haga definitiva e inamovible, como una forma de mostrar que está aquí para quedarse, de manera tan persistente como la roca misma, que ha existido por siempre en este lugar y su casa será, desde ahora, parte de aquella.
Las hormigas, con una decisión más certera y pronta que las moscas, decidieron expulsar a Yeison Chimon. "No es posible que nuestra roca", dijeron, "sea cimiento para los ajenos, que vienen a fundar su hacienda ajena sobre nuestra propia roca ancestral". De esta manera prepararon una amplia ofensiva destinada a expulsar a Chimon y los trabajadores que levantaban, ahí, su casa o trabajaban para él o eran su familia. No obstante el número, muy superior de las hormigas, sabían estas gentes que el número de sus bajas sería inconmensurable pero cada una y todas ellas estaban dispuestas a esa muerte heroica, que les deparaba la defensa de sus creencias y costumbres. "Si muero sacrificando mi vida al bien de todas las futuras hormigas, en especial de nuestras castas nobles y fértiles, estaré cumpliendo la gran misión de la sustentación de la especie y mereceré ver, más allá de la muerte, a la Gran Hormiga Universal y ella me mostrará sus innúmeros ojos facetados y sacrosantos: Esa es la felicidad según nuestra tradición, como se enseña bajo la roca sagrada misma", se decía cada hormiga que iría, despreciando el valor de la vida personal, en la lucha por la vida de su especie toda. Hasta ahora cualquiera pudo notar que siempre había hablado de moscas y hormigas como si hormigas y moscas fueran todas un solo todo inseparable, pero en este último e importante evento, he presentado a las hormigas como una identidad separada. No es que haya habido una escisión entre estas gentes, que desde siempre hemos distinguido a pesar de que las hemos visto inseparables. Es que donde haya moscas, habrá hormigas y donde hormigas: Moscas. ¡Es así!. Pero las hormigas se distinguen de las moscas en que han renunciado, al menos muchas, al vuelo, en beneficio de una vida comunitaria que las convierte como sociedad toda, a pesar de sus individualidades, en un solo ser social y poderoso; organizado, decidido y monolítico, mientras las moscas tienen un hacer más libre y personal porque prefieren el vuelo, que las hace únicas a pesar de ser iguales personas que el resto de ellas; pero es, en todo caso, primero cada mosca y después las moscas todas, quizás una vez que han sido considerados todos y todos los derechos de cada una y cada mosca en particular, lo que no quiere decir que no tengan intereses generales y coincidentes de todas las moscas, pero como una suma de partes individuales que componen en último término, el todo. Tal vez por eso sea que las hormigas sólo usan tres nombres para denominarse unas a otras: Reina, Consorte y Trabajadora. Reina es el nombre de todas aquellas hermosas hormigas que por primavera salen airosas luciendo sus galas y hablando su químico idioma de atracción a los Consortes, que atraídos pasionalmente las siguen y fertilizan como es debido. Luego de este juego de la fertilidad, retornan todos alegres y satisfechos a su morada donde las esperan las Trabajadoras que las desvisten de sus galas, e incluso sacrifican a los Consortes que han cumplido bien su tarea fértil, permitiéndoles ir a ser recibidos por la Gran Hormiga Universal, que los recibe amorosa y los baña con su mirada facetada y santa. Al menos así lo consideran y practican y es bueno. No lo comparto, incluso lo creo bárbaro, pero es que no soy hormiga. Si fuera de aquella gente, pensaría como ellos y además de relatar estos sucesos del mismo modo, estaría de acuerdo con sus costumbres. Las moscas, por su parte, no son así. Cada mosca se llama de su propia manera y es raro que dos compartan un mismo nombre. Tampoco son como somos las personas que conocemos, sino como ellas mismas, con su honestidad y sin disimulo alguno, viven su vida veloz, al vuelo, inalcanzables, para nosotros molestas y detestables, pero para ellas mismas: Libres y alegres, como tiene que ser.
Siendo así las cosas, ha habido muchos que han dicho que la intención (no ha sido comprobado) de las hormigas era aprovechar a las moscas como parte del hostigamiento que expulsara, en definitiva a Chimon y los suyos y después repartirse entre las diferentes familias de hormigas la hacienda de Yeison, en la cual tolerarían o no a las moscas, según fuera el caso y conviniera, de manera que vivieran ahí como huéspedes, como por lo demás siempre ha sido, según lo ven las hormigas. De este modo y con el plan urdido, lanzaron las hormigas su ataque, mordiendo ferozmente a los trabajadores de la hacienda, ya sea a los que construían la casa o a los sirvientes de Chimon que estaban en cualquier otra labor. También asaltaron, como era de esperar, pues las hormigas siempre lo hacen, los alimentos de las despensas, los desechos y desperdicios, fueran o no basura, y todo aquello que significara hostigar a Yeison Chimon y sus secuaces. El primer ataque, como suele suceder, para conservar la sorpresa, fue nocturno, pero de ahí en más fue tan sólo persistente. Entiendo, pues no tengo datos precisos, que en definitiva la avanzada de las hormigas y su masivo ataque no alcanzó a durar hasta el medio día siguiente. Antes, Chimon desplegó una feroz contraofensiva con armas modernísimas que repelieron el ataque y diezmaron a los agresores provocando una matanza horrorosa que duró casi seis días. No dejó, de este modo, Chimon hormigas vivas en la superficie de su hacienda hasta donde alcanzaba la vista ni tampoco en muchos otros lugares donde la vista no podía penetrar. Las moscas, que casi no habían participado en esta batalla, pagaron más costos que los que les correspondía por su responsabilidad, pero los sucesos despertaron su alegre conciencia volátil y a partir de estos hechos, entonces, crearon movimientos sociales tendientes a reivindicar su propiedad sobre la hacienda de Chimon, por derecho de uso ancestral y nacimiento. "Aquí nacimos, nuestra vida es parte de esta tierra y la tierra es parte de nuestro patrimonio. Exigimos que Yeison Chimon la abandone y abandone sus reclamaciones de propiedad" dijeron. Al menos Chimon no las escuchó, tal vez las hormigas casi tampoco y si lo hicieron, asociaron su reclamo al propio, con suficiente liviandad, a medida de la conveniencia.
Las hormigas, que son muchas, y cuyos dominios se extienden tanto más allá, no han perseverado sino casi en tanto sus intereses y posibilidades les permiten hacerlo, no obstante siempre mantienen cierta hostilidad hacia Chimon y los suyos, pero es dable deducir que aprendieron una atroz lección: "Al fin de cuentas" dedujeron convenientemente, "nosotros vivimos bajo tierra y ahí están nuestros mejores intereses. Con no mostrarnos donde no conviene, podremos apoyar los reclamos de las moscas y tenerlas a ellas en el frente de las hostilidades". Esto refleja la gran inteligencia de las hormigas y su enorme capacidad de obtener ventajas prácticas, no sólo de los sucesos sino de las experiencias que otros preferirían olvidar. De esta manera, las moscas se hicieron cargo de hostilizar a Chimon y su hacienda, pero no bajo la modalidad de una batalla frontal, cosa que jamás harían las moscas, ya que su organización social es precaria y son apenas una raza pero en modo alguno tienen instituciones u organizaciones sociales, que no sean casi apenas acuerdos compulsivos de cada momento, y casi diría de tipo emocional o entrañable. Muchas veces, incluso, parece que no están de acuerdo ni entre ellas. En fin, que el hostigamiento consistía principalmente en invadir y molestar, para luego escapar cuando Yeison Chimon o su gente reaccionaba. Por ejemplo, Chimon no podía dormir siesta porque siempre había una mosca que se paseaba por su cara, se metía en sus orejas, incluso en los agujeros de sus narices o agitaba sus negras patas sobre sus labios que babeaban hacia un costado. También había cuadrillas suicidas, que se lanzaban sobre las comidas de los trabajadores o del mismo Chimon, a riesgo de, o con toda la intención suicida, de quedar flotando sobre la sopa, o atrapadas en la salsa que adobaba las carnes o más.
Cada vez se fue haciendo más frecuente y sabido, no sólo entre las moscas, no sólo entre hormigas y moscas, que muchas caían despedazadas, sin importar su edad o condición, bajo el golpe artero y atroz de un mata moscas, o de una servilleta oportunista, e incluso de algún palmazo afortunado, también víctimas de gases y rocíos venenosos y más; sino que la noticia corrió hasta ser conocida de toda la comarca. Al principio hubo quienes se extrañaron, hubo quienes protestaron tímidamente, otros, especialmente los vecinos de Chimon, o aquellos más poderosos, aunque lejanos, pero que tenían voz o tal vez voto en una posible controversia, callaron con alguna complicidad, por conveniencia, o por conciencia culpable o qué se yo. Quizás imaginaron cómo sería tener un problema similar en casa y a lo sumo aconsejaban algunas soluciones absurdas e imposibles y desaconsejaban otras horrorosas, como el uso de productos químicos fortísimos, pero también callaban cuando estas mismas acciones se hacían cotidianas en el lugar de la lucha. Mientras, en la hacienda de Chimon y más allá de sus límites, que Chimon, a veces, también reclamaba como propios, las moscas seguían cayendo como tales. Entonces, los escarabajos de distintos tipos comenzaron a indignarse y protestaron entre ellos, exigiéndose, además, unos a otros, tomar conciencia y difundir entre todos los escarabajos la necesidad de parar este genocidio. "Es indignante" se decían unos a otros. "Habría que detener esta masacre injusta" respondían los otros a los unos. De este modo la noticia fue cada vez cotidiana en casa de los escarabajos, que por alguna cuestión de especie fueron, por otros, acusados de parciales. De todos modos no fueron muchos lo que lo hicieron, en tanto que los escarabajos sólo se relacionaban entre sí y casi nunca con otras personas, debido a que la índole de su actividad no era demasiado comprendida y frecuentemente se les acusaba de populistas recalcitrantes y sus ideas se asociaban a los intereses más oscuros de la sociedad, e incluso se acusaban entre ellos mismos y recurrían al gran pensamiento universal de los más sesudos escarabajos de la historia para culparse unos a otros de apoyos o rebates, de críticas o abrazos de posiciones deleznables para unos y tan deseables para otros, pero siempre dicotómicamente extremas. No obstante, había algunos escarabajos más luminosos y trascendentes, que paseaban por el mundo bellos colores que los hacían respetables y considerados. Ellos, a veces, lograban dar su opinión que no convencía a nadie, o si lo hacía, era sólo a aquellos que siendo escarabajos también, pero de estirpes más feas, no significaban en la sociedad toda, peso alguno; menos aún que sus protestas en general circulaban entre los propios escarabajos. Mientras, las moscas, seguían como tales, cayendo.
Los escarabajos hicieron tal conciencia que casi no hablaban de otra cosa. Las hormigas, según conviniera, daban algún apoyo no más que tibio a las moscas. Las moscas seguían en su plan de hostigamiento subrepticio, con acciones tales como invadir en pequeños grupos la casa Chimon y ensuciar de mierdas su techo, que visto de muy de cerca se notaba lleno de pequeñas motas negras, o lo exasperaban a él y su gente cuando dormían, para eso zumbaban cerca de sus orejas, o caminaban sobre sus párpados. También ensuciaban, a riesgo de sus propias vidas, sus comidas y bebidas. Chimon seguía diezmando su población, pero cada tanto se cansaba de tanta lucha inútil y decretaba unilateralmente el cese de acciones defensivas. Los escarabajos creían entonces haber triunfado y se congratulaban del poder de sus convicciones y su palabra siempre pacífica y creadora de conciencia, a pesar de haberse destrozado entre ellos mismos, al menos intelectualmente. Las hormigas aprovechaban de obtener ventajas robando alimento de las despensas de Chimon o ampliando la ocupación de algunos terrenos antes cedidos a la potencia del enemigo; pero principalmente continuaban con su vida que apenas si tenía alguna relación con la de las moscas, más allá de la solidaridad debida por ser ellas una especie menos ajena que la de Chimon. Los grandes hacendados, allá al norte y al poniente, celebraban no sin bastante frialdad lejana el avenimiento de la paz en lugares que estaban apartados de sus intereses, excepto en tanto Chimon siempre era para ellos un factor de negocio. Las gentes que vivían al amparo de las grandes y pequeñas haciendas, miraban las noticias de los hechos con la suficiente lejanía y las simpatías tibias que despierta la resistencia de los débiles frente al poderosos, pero siempre teñida de un cierto desagrado necesario. Aparte eso, continuaban sus vidas de consumo y conveniencia individual. Por su parte, las moscas, nunca comprendían claramente el significado de estos hechos y siempre se enredaban en consideraciones personales, tales como que moscas debían decidir el curso de acción, si las del grupo de acción liberadora o las que consideraban que ceder era debilidad o las que creían que esta era una seña clara del comienzo del triunfo definitivo, o quizás aquellas de colores más brillante y verde, o las de tamaño más grande y muchas otras características que constituían alegres facciones por lo demás totalmente inútiles. Finalmente, con su vuelo siempre alegre, victimado, sutil, peligroso, torpe, rápido, decidían que era el momento preciso en que había que dar el golpe final, cuando el enemigo estaba dándose por vencido y lo acorralaban con una invasión de cacas pequeñas en su techo, la caída de muchos individuos suicidas en las ollas de comida, una nube de valientes que se precipitaba a comer sobre sus ensaladas frescas una invasión intolerable de sus desperdicios y los intentos persistentes de caminar sobre la cara de Chimon, o zumbarle cerca de las narices y las orejas o caer enredadas en actitudes sexuales e indecorosas sobre su mesa de trabajo en esa esquina soleada y tibia de mediodía.
Sí. De este modo todo comenzaba de nuevo. Así tenía que ser. Tal vez muy lentamente unos y otros aprenderán a tolerarse. Las moscas seguirán ahí tan allegadas como cuando la hacienda era del gran señor de más al norte, igual que cuando la adquirió, casi a la fuerza el nuevo propietario o lo mismo que ahora con Chimon. De todas maneras nadie, nunca, podrá quitarles el usufructo del lugar, con o sin reconocimiento universal, haya o no sido la promesa de aquel dueño que dijo esta "esta tierra de moscas y hormigas" a las hormigas y a las moscas. Excepto, claro, que como sucede hoy por hoy y de manera parecida a como sucedió antes, en alguna era remota, alguno de los contendientes termine por eliminar o dispersar definitivamente a su enemigo, cuestión que yo, al menos, dudo y de la que el Romance de Renard, el viejo zorro francés, no da cuenta.
Kepa Uriberri