Palestina
«Actualmente existe entre los judíos dispersos por Europa un fuerte sentimiento de que se aproxima el día en que su nación vuelva a establecerse en la región de Palestina. Sería muy importante para el sultán que sugiriese el retorno y establecimiento de los judíos en Palestina, debido a que las fortunas que ellos traerían consigo incrementarían los recursos de los dominios del sultán, y por otro lado, si los judíos vuelven bajo la invitación y el amparo del sultán, se podrían evitar futuros conflictos con Egipto y el resto de sus vecinos. Me gustaría sugerir fervientemente a Su Excelencia que el gobierno turco invite a los judíos europeos a volver a Palestina».
Vizconde de Palmerston (1840) a Abdulmecit I sultán otomano.
Por estos días me ha sido imposible sustraerme del horror, movido a escándalo, en medios, grupos, foros, tertulias, discusiones, conversaciones y más, que producen las acciones, que se reputa bélicas, en defensa de derechos geopolíticos que reivindican los judíos de Israel en la franja de Gaza. Una primera cuestión que surge es la calificación de la acción israelí de bélica. Recibe este nombre porque aún no se logra establecer que un estado o nación, o un pueblo entero, como entidad pueda ser terrorista, aun cuando sus acciones siembren el terror. La segunda, que al menos a mi, me salta de inmediato, es la desigualdad de trato cuando las acciones violentas surgen del otro lado. Hay aquí una aparente cuestión de orden contingente, mucho más allá de las razones geopolíticas, de las causas, de las fuerzas ejercidas o más. Quien ejerce, en definitiva, las acciones de fuerza desde el lado judío es el gobierno del estado de Israel y no el pueblo judío, ni siquiera todos los judíos que viven en Israel, sino un gobierno bajo un signo político de derechas innegable. No quisiera aquí entrar en disquisiciones proselitistas, porque siempre me esfuerzo por ver por ambos ojos y no sólo desde el derecho o el izquierdo. Es raro el sentimiento que me deja, que quizás, sea sólo una sensación personal, la condena a la acción judía, en relación a la que reciben los actos, sí claramente calificados como terroristas, de Hamas u otras organizaciones palestinas. Pareciera que el horror fuera ciertamente menor, o más mitigable, o quizás comprensible, en estos últimos. No puedo dejar de notar, tal vez sea injusto hacerlo, que la génesis de todos los movimientos palestinos, independientes de su justicia, de su razón, u otros valores, surge de ambientes pro izquierdistas, como la propia Organización para la Liberación Palestina que tiene estatus de asesora permanente de la Internacional Socialista.
Quisiera poner bajo análisis ambas situaciones, pero vistas desde el ángulo de las reacciones de opinión, más que vistas como los hechos y sus consecuencias en terreno, que jamás podría comprender sin ser parte de aquel conflicto, sin vivir en Palestina, sin tener familiares en los asentamientos judíos o algo que me ate directamente a las consecuencias. Para eso escribo estas reflexiones y no para reiterar el escándalo inútil de tantos y tantos, tan lejanos como yo mismo de la acción de la que se hacen parte. A mi manera de ver es tan grave el terror que siembra la mano artera del que en reivindicación de los derechos sobre un territorio que considera usurpado o en venganza de tantas muertes, también mata y asesina con un autobomba, como el que sistemáticamente se apropia de derechos por la fuerza persistente y la muerte masiva o selectiva, llena de furia o de cálculo frío. No puedo comprender de un lado, a quienes toman la culpa de unos con más peso que la de otros, ni tampoco a aquellos que socializan la culpa en pueblos, en razas, en naciones o en sentimientos religiosos y dicen: "Todos los judíos son culpables de ejercer venganza criminal" o que "El pueblo palestino es terrorista y no desea un acuerdo pacífico". En mi país viven tantos palestinos que tradicionalmente vivieron sojuzgados en su tierra madre y emigraron. Hicieron una vida aquí, crearon riqueza y nunca tuvieron una disposición violentista o vengativa. Escaparon de la dominación turca. Cuando esta cesó, sus hermanos que vivían en Palestina fueron otra vez dominados por la decisión del Reino Unido y se les despojó de una tierra que sienten propia, para crear un estado a la medida de los intereses europeos. El Reino Unido prometió sobre Palestina tantas acciones como personeros y conferencias que ventilaban intereses de paz para Europa hubo durante los conflictos de los siglos diez y nueve y veinte. ¿Qué mejor derecho tenían, para decidir, los ingleses que los turcos, sobre Palestina? ¿O sobre los de los pueblos que habitaban Palestina? ¿O sobre la historia de más de diez y siete siglos del pueblo judío, disperso por Europa y el mundo?.
Cualquier análisis serio, sin odios, sin rencores, animado del afán de comprender las causas y esperanzas para un conflicto que nadie niega que es atroz, muestra que el Reino Unido adoleció, en la génesis profunda del conflicto, de una ambigüedad que no ha recibido jamás la condena que merece. La actuación de sus dirigentes estuvo llena de desprecio por las consecuencias y por los pueblos que se involucraban en la situación que nacía de sus decisiones. A lo largo del siglo diez y nueve, cuando aquellos territorios, que habían pertenecido al imperio otomano, quedaron bajo administración británica, se prometió crear ahí una nación Palestina, donde la mayoría de las gentes tenían sangre árabe y reconocían en esas tierras la propia. Los judíos eran, ahí, una mínima parte. La partición del territorio en conflicto, a mediados del siglo pasado fue tan ambigua como la actuación histórica del Reino Unido y tan arbitraria como su desprecio por los afectados a quienes sometió a los intereses europeos de paz, sin ocuparse de la génesis de un conflicto que nunca podrá resolverse apropiadamente.
La manera como se llegó a la situación que germinó y terminó eclosionando en los años sesenta del siglo anterior con la inocente y, por qué no decirlo, abusiva fuerza que la unión árabe conducida por Egipto, pretendió ejercer para consolidar el dominio sobre las tierras palestinas y con la reacción inesperada y terrible de la guerra de seis días; nunca fue prevista al establecer el Hogar Judío, que absurda, o ingenuamente, nunca se le quiso dar la calidad de estado o nación. Del mismo modo se había pretendido someter la aspiración palestina. Habrá que reconocer que se dejó, ahí, una reivindicación pendiente a cada lado del conflicto, que no podía derivar sino en éste.
¿Quien tenía mejor derecho a reivindicar el territorio de protección británica que quedó en conflicto?. Estoy seguro que en ambos lados hay tan buenas razones para sentirse los legítimos herederos de aquel suelo, como para demostrar la futilidad del derecho reclamado por el contrario. Una situación de conflicto así, no termina sino con el sometimiento de quien resulte más débil. Así fue como el imperio turco se hizo dueño, de Palestina y también la debilidad fue la causa que, dentro de los primeros siglos de nuestra era, los judíos lo perdieran. Así, en definitiva, la condición humana demuestra que el mejor derecho a poseer el territorio que se ocupa, en cualquier lugar del mundo, lo tiene el más fuerte, el que somete con furia, con violencia, no exenta de actos atroces. En ese proceso siempre habrá escándalo de quienes miren de lejos. Siempre habrá provecho de todo tipo, según el sabor de las aguas que se lleve a cada molino. Es ese el tinte que termina por hacerse insoportable en el conflicto dialéctico exterior a esta lucha terrible en el medio oriente.
Es cierto que quien conduce a Israel y a los judíos comprometidos en esta guerra persistente y sin paz posible, es la derecha política, aún cuando el partido gobernante se diga de centro. Es cierto, también, que los movimientos palestinos que guían a ese pueblo son de izquierdas, y por su situación, cuenta con simpatías incondicionales de los sectores más extremos y reivindicacionistas. No obstante, la mujer que compra en un supermercado, la que pasea sus hijos o los lleva a la escuela, el hombre de trabajo que deambula por la ciudad, no tienen esas tendencias sino sólo el interés de lograr estabilidad. Sólo eso. Sólo eso cuando son mutilados por un atentado, sólo eso cuando muere en el estallido de un artefacto artero instalado en un automóvil, sólo eso cuando su casa es destruida por un misil y su hijo queda muerto entre escombros, sólo eso cuando la tranquilidad, premio infrecuente, es rota por la violencia necesaria para el combatiente de acá o allá.
Si se analiza el conflicto con la mirada de cada una de las partes y asumiendo los antecedentes que cada uno esgrime como ciertos, no se puede sino concluir que ambos tienen razón en sus posturas. Israel tiene una ligazón ancestral con ese territorio, del cual fue desplazado y sin duda alguna el judío es un pueblo que constituye una nación. No se le puede negar el derecho a aspirar a un territorio para conformar un estado consolidado, que no sea amagado por intereses ajenos. Como sea la manera en que este territorio es conseguido, ata los elementos que constituyen en Palestina el estado de Israel. Visto desde el lado de los judíos, esta aspiración, largamente esperada deberá defenderse con todo rigor. A su vez, habrá que recordar la oposición abusiba de los árabes al establecimiento de un estado árabe en Palestina y el interés de dividirse aquel territorio entre las naciones árabes colindantes, incluido el territorio cedido a Israel. Mientras las naciones árabes creyeron tener la fuerza para aniquilar el naciente estado judío, lo intentaron con toda la fuerza y perdieron militarmente, en seis días, no sólo lo que reclamaban, sino definitivamente la paz y concordia en el territorio palestino. Habrían sido los propios árabes quienes habrían empujado a Israel, que tenía interés en establecerse pacíficamente en los territorios otorgados, a la guerra. Siempre, sin embargo, habrá quienes con odios incomprensibles, acusen a Israel de hipocresía y de una actitud cínica, a la espera de la oportunidad que la provocación árabe les dio.
Más allá de las motivaciones y orígenes, cabe preguntarse si ¿es lícito este procedimiento para consolidar el territorio de una nación?. ¿Es lícito que en un territorio que por siglos fue habitado por otro pueblo, otra cultura, sea sostenido a sangre y fuego por un invasor que se hizo de él por una cesión mañosa?. Al plantear esta pregunta me salta otra inmediata: ¿A quien le hago la pregunta?. ¿A los españoles o a los ingleses que fueron tradicionalmente invasores y colonialistas?. ¿Tal vez deba preguntar a los rusos? o ¿a los alemanes?, ¿a los franceses que veneran a Napoleón?, ¿a quién?. No me pidan que pregunte a los argentinos o a los mexicanos, cuyos países como los cincuenta estados de la unión norteamericana fueron trazados en el mapa a sangre aborigen y fuego invasor. Pero sucede que aquí donde tenemos suficiente paz, nos escandalizamos de lo que fue la herramienta fundacional de cada pueblo de esta redonda y vieja pelota que gira. Nos escandalizamos a setenta años de haberse decidido violentamente de quién son los Sudetes, o cuales fueron los errores del tratado de Versalles, o si Danzig es polaco y si Alsacia y Lorena fueron usurpados por Francia. A setenta años de concluir la violencia cuyo precio se pagó con moneda territorial ajena.
Sí. Casi las mismas razones pero desde el otro lado de la frontera, o al menos del otro lado del conflicto, pero sin éxito y con mucha más terquedad los habitantes de Palestina de origen árabe, cuyas familias fueron palestinas por años y siglos y siempre sometidos, creyendo que ahora era su momento, utilizan la misma violencia con armas mucho menos potentes. ¿Los hace mejores la carencia? ¿Disculpa la violencia que, por su parte, ejercen? En esta pregunta surge un nuevo elemento de juicio tan humano, tan pobre como antecedente de peso, pero tan comprensible con la emoción: Cualquiera que mira la batalla entre David y Goliat se abanderiza por David. El problema es que este David, que no es, ahora, judío ni tampoco filisteo, aun cuando el territorio del conflicto sea el mismo, no está triunfando, entonces resulta ser mucho más apoyado y compadecido y reivindicado por quienes observamos: A falta de otras, una de sus armas de poder insospechado, es ésta. Sin embargo, y no se puede dudar, esta es una guerra tan guerra como toda guerra aborrecida, es un conflicto como todo conflicto aborrecido. Como todo desencuentro persistente, adquiere sus simpatías y apoyos. Es aquí, cuando se llega al punto en que se asocia las legítimas reivindicaciones de los pueblos a las ideologías y se pretende que todos involucremos compromisos personales en un conflicto cuyo origen y estructura es tan repetido en la historia de la humanidad, que me rebelo y asevero que éste no es mío y no me compromete más allá del punto de preferir la paz. Nadie puede exigir que abracemos izquierdas o derechas por un conflicto bélico. Nadie puede pedir que se despierten viejos odios y racismos por un error de un reino que no era salomónico y dividió al hijo que ambas mujeres reclamaban, en dos partes, demostrando una torpeza inconmensurable, aunque esto lo haya liberado de problemas de su interés más primordial.
Quizás para redondear este tema habrá que decir que los intereses de estado de quienes causaron, hace sesenta años, este conflicto está con una de las partes, la de mayor éxito bélico, pero es la más impopular, pues parece que los intereses emocionales de sus gentes están con el más precario de los bandos, lo que pone en desencuentro a los estados con sus pueblos. Esto genera una imagen, del otro lado de los espejos de este enfrentamiento violento, que promueve el inmovilismo y el lavado de manos, los silencios disimulados y el levantamiento de alfombras para barrer culpas. De este modo, un área geográfica que siempre ha estado en pie de guerra desde que los cananeos fueron, también, avasallados por los judíos doce siglos antes de nuestra era parece mantener un sino que la marca con la violencia y la conquista que conocieron los babilonios, los romanos, los bizantinos, los árabes de distintas denominaciones, los turcos de diferentes orígenes, los egipcios no arábigos, los mamelucos, los kurdos, los circasianos, los turcos otomanos, los ingleses, los habitantes palestinos de múltiples orígenes y razas y los judíos actuales.
Lleno de antecedentes de fácil encuentro, es esperable que se levante, ahí, banderas de todos los colores: musulmanas, cristianas, occidentales, mediorentales, árabes, judías, templarias, monetarias, europeas, americanas, petroleras, izquierdistas, derechistas y más. Sólo concluyo que el ser humano requiere del conflicto, al que dice aborrecer, y avasallar a un contrincante hasta la aniquilación. Para esto, no sólo en el campo de batalla, sino en los medios, en los foros, en las tertulias, en las sobremesas, además de sostener sus batallas verbales y escritas a imagen y semejanza de las bélicas, exige a los otros tomar posiciones y compromisos adecuados a los propios, aun cuando la única postura que soluciona cualquier conflicto no es la toma de banderías en las batallas, sino la comprensión tendiente al acuerdo y la renuncia.
Kepa Uriberri