La mirada provinciana




Cuando mi abuela tenía edad de merecer, en estos lugares provincianos que cuelgan del fin del mundo era costumbre que las jovencitas de buena sociedad se vistieran con prendas importadas de París. Sólo mucho después una tienda que aspiraba a ser grande, aunque apenas era utilitaria, comenzó a promover sus productos de vestir con el lema: «Si es chileno es bueno. Si es (Marca comercial que omito) es mejor». Nadie lo creía así. En verdad, cuando por necesidad económica, alguien de buen ver compraba ropa de esa tienda, le descosía la etiqueta de la marca y la remplazaba por la de otra prenda importada.

Hoy, esa tienda es enorme. No sólo tiene locales aquí, sino en casi todas las provincias de este continente alejado y en ocasiones pretencioso. Hoy, a veces, alguien compra una prenda de vestir en un lugar de segunda, por necesidad económica, y le pega una etiqueta de aquella marca. Pero es fácil descubrir la superchería: Siempre en alguna orilla oculta, en la prenda de marca verdadera, hay una pequeña etiqueta que dice "Hecho en China".

Así son las cosas por estos lados: Lo que viene de afuera es bueno. Mientras más rubio es mejor. No sólo se aplica a las manufacturas. También a las modas y costumbres, a las leyes, a la cultura, al pensamiento, a lo que sea. Sólo a manera de muestra, nuestro ministro de educación, para saber cómo reformar la desastrosa educación local, cuyo modelo se gestó sólo a base de experiencia vernácula, lo que es vergonzoso; visitó durante quince días Finlandia, para copiar los sistemas educacionales de niños todos iguales, de iguales ojos azules, de pelo igual de rubio. A futuro nuestros niños serán casi tan finlandeses, pero más morenitos. Quizás aclaren andando el tiempo. Ojalá; porque esta fue, de seguro, una de las razones (creo) para no ir a España o Francia: Son demasiado morenos.

Hace algunos días se aprobó la ley de Acuerdo de Unión Civil, eufemismo práctico por matrimonio homosexual. Es que ésto ya se estaba usando mucho en el mundo, de modo que nosotros en la lejana provincia debíamos ponernos a tono. Todo ésto resulta divertido. En ese tenor lo celebro y festejo. La educación no va a terminar de manera alguna peor: ¡No puede!. Pero resulta casi un poco jocoso que los homosexuales pechen por casarse, en tanto que los heterosexuales luchan por no hacerlo y el divorcio parece moda. Ahora viene la arremetida del aborto, y ahí la cosa cambia.

Uno de los argumentos más sólidos, otra vez, para propender a despenalizar el aborto, es que los países desarrollados ya lo hicieron. Quizás envíen a la ministro de salud y a la ministra de la mujer, a visitar Noruega para aprender cómo se aborta allá. Como argumento, no es sólido. Es sólo la pobre tradición provinciana de alinearse con el que creemos que es más: En los países OCDE todos abortan, ¿y nosotros?. La motivación ya es irresponsable. Otro gran argumento, que no comparto, es que la Iglesia no puede imponer al país sus criterios retrógrados. ¿Se puede negar a una institución, cualquiera: Una iglesia, un gobierno, un club social, una sociedad hospitalaria, el derecho a desarrollar normas morales propias? Empujando el concepto un poco, no por compartirlo, sino sólo por ejercicio reflexivo: ¿Puede la sociedad imponer una moral a sus ciudadanos? Si no puede la Iglesia o el Club Social, tampoco debería poder la sociedad.

El tercero de los grandes argumentos es que se practica mucho aborto clandestino, por lo que se hace necesario legalizarlos. Este es un argumento sorprendente, que equivale a descubrir que todos los asaltos a los bancos son clandestinos y hacer, entonces, una ley para legalizar el asalto a bancos. Algunos, con mejores razones, promueven la despenalización del aborto, porque la mujer recurre a él por angustia o desesperación y resultaría contraproducente castigar un acto de desesperación. Parece razonable, en casos justificados y verificables, no penalizar a la mujer que aborta. Parece, en cambio, absurdo no perseguir al causante final del aborto en esos casos, como por ejemplo: Al violador, al que aprovecha la clandestinidad irresponsable, al que promueve píldoras para después, al que vende medicamentos sin autorización y más.

Esta cuestión es como meterse al mar: Mientras más se mete uno, más profundo es el asunto. Sin tener, todavía, el agua al cuello, pregunto: ¿Puede, la mujer, por sí y ante sí, arrogarse el derecho a decidir un aborto? Comienzo por distinguir dos situaciones: La mujer abandonada a su suerte y la mujer que engendró en pareja, en un acto libre, por involuntaria que sea la concepción. En el primer caso no hay quién más decida. En el segundo estimo un deber mínimo el del hombre progenitor de compartir una decisión de tanta responsabilidad, asumiendo las consecuencias sociales, económicas, legales, penales, morales y éticas. Sigo hacia el mar profundo: ¿Tiene alguien, ya sea médico, psicólogo, moralista, arzobispo, mujer o madre, derecho a atentar contra la vida de otro? Al hacer esta pregunta estoy considerando "otro" con valor idéntico a uno mismo, al concebido, sin importar ni su viabilidad futura, ni el sacrificio o pena que importe a ningún tercero. Existe un valor ético fundamental, anterior a cualquier criterio. De algún modo lo planteó Descartes cuando postuló: «Pienso, por lo tanto existo». Reconoce el filósofo, en esta sentencia que la instancia primera es la existencia, es decir, la vida. Si no existo no puedo pensar, si no existo no puedo legislar, si no existo no puedo reclamar un derecho, tampoco concebir ni haber sido concebido, ni abortar o ser abortado. Deduzco, para mí con claridad, que donde no hay vida no puede haber un derecho. Así entonces no se puede arrogar un derecho como superior a la vida, porque esta es titular de aquél. Una piedra, una silla, un piano o un violín no tienen ni pueden tener derechos porque no tienen vida. Sólo a partir de la vida aparecen los derechos. Sería absurdo pensar que el piano interpreta mejor la sonata que el pianista, entonces si el piano está desafinado, castigo al intérprete, o si la sonata no me gusta, lo mando azotar. Así, pues, no se puede pensar en derecho alguno que altere, suspenda, limite o termine la vida. Es el concepto profundo que hay tras la abolición de la pena de muerte. Si en Finlandia, Noruega, Alemania, Francia y España no hay pena de muerte, pero se tolera el aborto, no puede constituir argumento para que en nuestra provincia lejana se asuma la misma inconsecuencia. Pero, si finalmente lo hacemos, que, al menos, no sea porque ellos ya lo hicieron.

Leo los argumentos jurídicos pro aborto de una experta jurista, cargada de títulos doctorales de universidades finísimas, de ideas que quiero llamar pro femeninas, por no cargarla del antipático mote de feminista. Un argumento fuerte, que expone con inapelable certeza me deja atónito: «... hay diferencias legales relevantes entre un embrión y un recién nacido, que si no son consideradas resulta engañoso debatir sobre el aborto». Esto reduce la etica, la moral, la cultura y las costumbres al contenido de ciertos textos legales, que en nuestra legislación provinciana establece que «son personas todos los individuos de la especie humana, cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición», y a la vez «la existencia legal de toda persona principia al nacer; esto es, al separarse completamente de la madre». Así, entonces, deduce nuestra experta en derecho, que el no nacido no es una persona y si no lo es, no tiene derecho alguno. En fin, algo parecido sucedía "in illo tempore" con los esclavos, con los negros, con los aborígenes, que adquirieron alma y por tanto derechos (pero a medias) muy tardíamente. En cuanto a los niños no eran personas sino hasta más allá de los tres meses de nacidos, cuando pasaban a ser propiedad de los padres, como un cordero, una vaca, una gallina o una mascota (pero más útiles). Así pues "nihil novum sub sole".

Hay dos argumentos fascinantes, sobre los que es interesante reflexionar: El primero se refiere a la inmadurez del no nacido, del que se considera que no tendría conciencia del dolor o el sufrimiento, hasta muy avanzado el embarazo. Me pregunto, entonces, si ¿un buen anestésico podría ser eximente para un crimen por venganza?. El otro defiende el derecho de la mujer sobre su cuerpo y por lo tanto a decidir sobre el objeto de su embarazo. Hago dos presunciones, por simplificar, la primera es que cada cual tiene derecho sobre su cuerpo y la segunda, que no comparto, que la mujer y el objeto de embarazo sean una sola. Me pregunto: Si una mujer se presenta a un hospital y pide que le cercenen un brazo, sólo porque es su derecho sobre su cuerpo; ¿la amputarían sin más?. Sigo: ¿Hay alguna legislación al respecto? ¿La hay en Alemania?, ¿En España?, ¿Francia?, ¿Noruega?. Sí. ¡Ya lo sé! Muchos dirán que es un argumento torpe, asaz de mañoso. Además, dudo que alguien sea tan estúpido para amputarse una pierna por no dejar. Pero ya hay quienes se ponen senos de goma, por no dejar. ¿Y andando el tiempo?.

Al final de todos los dimes y diretes, de argumentos absurdos o sesudos, de colección de normativas sucesivas, de modas, de usos cuasi universales, en los que sólo faltamos nosotros, los de la lejana provincia; sólo hay un argumento central que hace verdadero sentido, sobre el que debería centrarse la discusión: ¿Cuándo comienza a existir el derecho?: Si éste comienza con la vida, ¿puede haber un derecho a decidir sobre la vida, si ésta es la condición primera sin la que no hay derecho alguno?. Decidido a base de la ética, esta cuestión, sólo se puede poner, subordinado al argumento previo, uno de jerarquía, que actúe no sobre el derecho, sino sobre el privilegio de una vida sobre otra: ¿Cuándo se puede privilegiar la vida de la madre sobre la del hijo? ¿Sólo si son alternativas? y ¿Quién decide cual se privilegia en caso que sea necesario?. También: ¿Cuándo debe ser sometido a escrutinio este privilegio?: ¿En caso de violación?, ¿Por la sola voluntad de la madre en términos que es ella quién sustenta la vida del otro?, ¿En caso de grave enfermedad o malformación de la vida del hijo?. Respecto de esta me cabe decir que la vida es tan sagrada y bella que este argumento no puede ser utilizado para acortar la vida de nadie. Quizás sólo cuando esta sea en extremo agobiante para el sujeto, cuestión que no es el caso aquí. Verdaderamente complejo es el estudio del caso en que no sea posible sostener la vida de la madre si se privilegia la del hijo.

En lo personal, en el plano ético, conceptual y moral, no puedo estar a favor del aborto. Sí puedo estar a favor de su despenalización, en ciertos casos, en el marco de una legislación justa, clara y moderna. De algún modo me parece que no tiene sentido legislar sobre la base de un código que niega la calidad de sujeto jurídico antes de un cierto evento arbitrario como es el nacimiento. Se daría el absurdo que se quita la vida a un ser, forzando su separación de la madre, con lo que se constituye, al instante, en persona y sujeto de derecho, ¿pero lamentablemente asesinado?.

Podría seguir argumentando. ¿Tendría sentido?.

Sin importar ningún argumento, que en general no serían comprendidos, ni siquiera escuchados, hoy, en estos tiempos el argumento principal y definitivo de casi todo es el dogma sacrosanto de la democracia, eufemismo por "Somos mayoría". No importa si es en la pequeña y lejana provincia o en la gran metrópoli central: ¿Para qué gastar pólvora en gallinazos?.

Kepa Uriberri