La cucarachaAl lado de la casa de los L. había un sitio pelado. Ahí se reunía el club. Éramos los niños de la cuadra, excepto el David, el Lucho y su hermano el Queño, que eran los pobres del lugar. No es que nosotros fuéramos ricos o que discrimináramos su pobreza, porque también eran nuestros amigos y solíamos trenzarnos a puñetazos con ellos, pero nunca mostraron interés en el club del sitio pelado. Durante el verano el sitio pelado estaba lleno de malezas, de ortigas y yuyos secos. Con sus hojas, molidas, y papel de diario nos hicimos nuestros primeros cigarrillos: Eran asquerosos. Más llorábamos con el humo pestilente, que fumábamos. Sin embargo, a partir de esa aventura desarrollé mi primer vicio. Más tarde, juntamos las mesadas de los socios y compramos nuestra primera cajetilla de cigarrillos verdaderos. Recuerdo que había una vasta variedad para elegir, pero a nosotros sólo nos alcanzaba para unas cuantas marcas y tipos: Particular corcho o ambré, Ideales, Premier corcho y ambré, Baracoa y Ópera. Todos los otros eran muy caros. Así, entonces, después de conciliábulos y negociaciones, compramos un Premier ambré, porque el nombre era más fino. Fumar era pésimo, o bien los Premier ambré lo eran. Sin embargo desde entonces no paré de fumar, más y más. Por aquél tiempo el tabaco tenía otro prestigio. Hoy ha caído en desgracia así como en su momento cayeron en desgracia otros vicios, como por ejemplo fumar opio. Llegará el momento en que el tabaco sea reemplazado en el uso común por otras formas de humo con más y nueva fama, como la marihuana. Ya hoy por hoy se dice que ésta no produciría adicción como el tabaco, también tendría algún tipo de beneficio terapéutico en ciertos tratamientos del dolor, todo esto añadido a la implacable moda social en las costumbres. Algún día, ya hace muchos años, la tos de fumador que casi me daba vuelta los pulmones en el primer cigarrillo de cada día y en el último, me hizo abandonar el vicio. En ese entonces fumaba Lucky Strikes sin filtro, plenos de potente y sabroso alquitrán y otros químicos perniciosos, que fomentaban la adicción. Pero marihuana no diría que fumé nunca. Sólo una vez probé una aspirada. Fumar marihuana en ese tiempo estaba proscrito socialmente, pero no existía regulación legal ninguna. Sólo fumaban los hippies, los artistas y los bohemios, es decir los rebeldes; y yo no lo era. Alguna vez, entre rebeldes, me ofrecieron fumar. El aroma ambiente podría haberme hecho desistir: En el campo, entre otras quemas, cuando en los potreros se junta más bosta de vaca que la que sirve de abono, se recoge el sobrante y se incinera en el rincón más alejado de la casa del mediero. El olor de la fogata es bastante malo, y el del lugar donde se fumaba marihuana me lo recordó vivamente. Pero como muchos fumaban, el humo ambiente era tan intenso que quizás antes de probar, ya sufría los efectos, de modo que probé una sola aspirada: Tenía el mismo sabor y aroma que aquellos puchos de ortigas y yuyos del sitio pelado junto a la casa de los L. De aquella sesión no tengo ningún otro recuerdo. Sólo puedo asegurar que fumar marihuana me pareció pésimo, aunque quizás el rechazo moral y el vuelo se conjugaron de manera tal de producir este resultado negativo: ¿Por qué no? Nunca más he vuelto a fumar marihuana de manera que no sé nada de calidades, pero todos saben que la buena es la paraguaya. Entiendo, por supuesto, que se refieren a la marihuana. Pero los que encabezan esta fiesta son los uruguayos. Ahí se legalizó su uso, comercio, cultivo e industrialización, bajo supervisión del estado. La decisión tiene su lado político, el que le ha rendido buenos dividendos al presidente José Mujica, que se va convirtiendo, así, en la nueva cabeza de los progresismos latinoamericanos, que habían quedado vacantes a la muerte de Hugo Chávez. Tampoco soy político de manera que no podría aventurar un costo por acceder a esa envidiable posición. Entre los mejores argumentos contra las proscripciones, está el caso emblemático de las bebidas alcohólicas en los estados unidos. Hoy en día tiende a haber un cierto consenso universal que la única lucha eficaz contra las drogas, es la liberación de su uso; no obstante, los temores, muchos reparos sociales, en especial morales, atajan una acción decidida en esa dirección. De todas maneras, amplios sectores, quizás ya mayoritarios en muchas sociedades, están dispuestos a apoyar medidas de este tipo. Uruguay, entre nosotros, encabeza el desfile. En los estados unidos, varios de ellos ya han tomado esta medida con la marihuana y en algunos ha desaparecido con asombrosa rapidez del comercio, para venderse a mejores precios en los círculos negros del mercado. Me pregunto: ¿Será la marihuana diferente del alcohol? ¿Su consumo será tan deseable por los adictos, aunque no produzca adicción, como para que el mercado negro sea inevitable?. Yo creo que no. Hay quienes creen que sí; que nunca será un vicio tolerable como el alcohol o el tabaco, que siempre derivará en el tráfico oculto y perverso. Yo siempre ando volando, la imaginación me bulle con facilidad, soy un adicto a la ficción y la mentira, de manera que no soy candidato a los mercados de la marihuana: Tolerados o proscritos. Tampoco me voy a trenzar en discusiones bizantinas, porque habiendo tantas verdades, todas tan buenas, a todos nos alcanza al menos una para poseerla y atesorarla. Así, entonces, bajo este predicamento voy a exponer la mía: No es raro encontrar en algún parque urbano, bajo los algarrobos frondosos, como los que veo aquí, desde mi ventana, un grupo de jóvenes liando en papel Gitain un pésimo lulo flaco, que al fin tiene más escupo para pegar, que sustancia, lo que llaman un pito de yerba. Después lo fuman compartido en un ritual cabalístico y dicen que vuelan. Si la marihuana se legalizara, quizás si perdiera su liturgia colectiva. Alguien sacaría de su pitillera su pucho bien armado, por una industria aprobada por el gobierno, y se lo fumaría solo, con un café y el diario, sentado en una mesita en alguna vereda, leyendo. Las noticias serían, puede que sí; todas bellas y amables. Tal vez en un principio los narcotraficantes que venden "paraguaya" verdadera o falsa, acapararían la producción. Pero si hay verdadera intención de combatir el tráfico, bastaría con aumentar la oferta legal hasta que el narco deje de hacer buen negocio. Posiblemente no sea inmediato pero si efectivo en la persistencia. Para lograr este objetivo, habría que montar una industria poderosa, controlada y amparada por el estado: ¡Qué buen negocio! ¡Qué deseable negocio! En especial para las tabacaleras que van declinando. ¿Correría plata y habría intenso tráfico de influencias, para conseguir concesiones en un negocio de seguro muy jugoso?: Creo que sí. También creo que lo acompañaría, luego, un intenso esfuerzo publicitario, bien provisto de herramientas de mercadeo, para aumentar la demanda. Al principio habría cajetillas ordinarias de papel de segunda calidad y marcas autóctonas: Particulares en variedades corcho y ambré, según la boquilla, Ideales redondos y ovalados, Baracoas y Operas. Después aparecerían marcas más finas para señoritas y señoras: Richmond, Liberty, Flag. Algunos mentolados para enganche de principiantes y para minas: Frescos, Brujas, Salem. En este punto llegarían las industrias internacionales y habría porros de atractivos nombres ingleses, de marihuana tratada para mejorar el sabor: Kent, York, Marlboro, Pall Mall, Lucky Strike. Con filtro y sin filtro. Con amoníaco y un toque de nicotina para mejorar la adicción. Aparecerían grandes letreros iluminados en los caminos, donde un hermoso vaquero, ligeramente mal afeitado, montado en un potro brioso miraría el promisorio horizonte infinito, con un Lucky de marihuana colgando de los labios, que sabrían besar. Fumar marihuana no sólo sería un placer ideal, sensual, sino que tendría prestigio. El hombre fumador sería más macho, la mujer que fumara sería más sensual. Los intelectuales y los artistas serían más creativos y sus obras o estudios más bellos después de fumarse un pito o dos. Pero como no siempre todo es bueno, alguna industria farmacéutica o una facultad de medicina de cierta prestigiosa universidad en Londres o Massachusetts descubriría que la marihuana produce grave daño al hígado. La industria marihuanera gastaría cifras siderales en tráfico de influencias que demostraran que no es así y que los componentes incinerados de la planta favorecen la desaparición de células cancerosas, además de ser un alivio para el dolor en casos avanzados de esa enfermedad. Quizás lentamente, muy lentamente, como el tabaco, la marihuana perdiera terreno. Quizás algún laboratorio lanzara alguna pastilla que controlara la adicción y disminuyera el apetito de fumar. Habría puristas que exigieran que no se pitara en lugares cerrados o delante de los niños; habría estadísticas que mostrarían que el país está en un lugar indeseable de entre los de mayor cantidad de jóvenes fumadores menores de veinte. Habría leyes que exigirían que las antes bellas cajetillas de porros, ahora mostraran horrorosas escenas de accidentes de tránsito producto de la enajenación por conducir bajo los volátiles efectos de la marihuana, y más. Claro que todo esto no es anticipación sino sólo loca fantasía, porque, como ya dije antes, yo, al contrario que la cucaracha, no necesito marihuana pa volar. Kepa Uriberri |