El Juicio





La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la lleve del río.
Con el aire se batían las
espadas de los lirios.

Me porté como quien soy:
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

Federico García Lorca (del romance La Casada Infiel)

El hombre, sucio y andrajoso, llevaba un saco al hombro. Su mirada húmeda se pegaba, inexpresiva, en el suelo como sospechando los pasos que daba. "Fue un gran médico, pero perdió el juicio", se me explicó. Es raro, pensé, recordando el final del poema de García Lorca, que con tanta frecuencia se confunda el juicio con el entendimiento. «La luz del entendimiento me hace ser muy comedido» dice el romance. Con claridad de poeta García Lorca usa las palabras correctas y va devanando con precisión los conceptos e incluso sentimientos, que lo llevan, más adelante a hacer un juicio implícito que él se niega a expresar. En este fragmento del romance de "La casada infiel" queda muy clara la diferencia entre juicio y entendimiento o razón. El mendigo que va con su saco al hombro, que antes fue un médico, cayo en su estado actual porque perdió el entendimiento, y se le hizo confuso. Tal vez eso lo ha llevado a extraviar los valores con que se ejerce el juicio, pero no este mismo.

El entendimiento limita el juicio y no es el juicio quien da entendimiento. Ella va sucia, pero no sólo de arena, sino de besos. Esta suciedad de besos es un juicio y plantea al gitano un pesado dilema, que expresa con esa figura que sigue, que sólo parece una digresión, pero que García introduce con maestría: «Con el aire se batían las espadas de los lirios». Las espadas se debaten entre el juicio y el comedimiento, entre la denuncia, la deshonra o el dejarse ir del amor posible. El entendimiento puro le hace ver que el amor o la atracción lo empujan en un sentido diverso que su moral. Ese es el debate de las hojas de los lirios que contrapone el juicio y el entendimiento.

Es un atributo de la razón, el entendimiento, y el resultado del análisis de antecedentes que llevan a una conclusión, mientras que en el juicio hay una carga cultural, de la que también da cuenta el poeta cuando dice: «Me porté como quien soy: Como un gitano legítimo». Esta breve frase poética sintetiza todos los valores morales y éticos con que el gitano juzgará a la infiel. Su juicio no nace del entendimiento, sino de su calidad de gitano legítimo cuyos valores serán entregados al entendimiento que diseñará una sentencia. En el juicio interviene la moral y la ética, cuyas estructuras y valores nacen de la cultura y pueden por tanto ser esencialmente cambiantes de acuerdo al pacto social que se estructura en ella. Pero el juicio se distancia del entendimiento, más y más, por una cuestión que sembrada en la cultura, es, sin embargo, personal y sólo se hace general al juicio público a través de ella: «y no quise enamorarme, porque teniendo marido, me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río». El gitano enjuicia el engaño que a él le hacen, a pesar que hay aquí dos engaños: Uno al marido que traiciona y otro al gitano al que jura que era mozuela. ¿Cuál condena el gitano?, ¿Cuál es más grave?.¿Qué juicio habría hecho si la infiel le dice que era casada, desde un principio?.

El juicio, definitivamente, es un proceso emocional en el cual los antecedentes que corresponden al entendimiento son seleccionados, en gran medida después de decidir el juicio. Es así que cuando la voz social hace un juicio, a veces sin responsabilidad, o detrás de intereses que empujan esa voz social, el afectado por ese juicio queda sin defensa. ¿Cuántas veces se encuentra la sugerencia insidiosa que daña irreparable la honra? ¿Cuántas veces se ve un juicio irresponsable con tales consecuencias? ¿Cuántas veces se disculpa el apresuramiento de un juicio, pero no se levanta la condena social que aquel juicio implica?. Aparece aquí, un concepto más, que está detrás y a veces por subrepticio, se ignora. En el poema de García, éste remata con esas ideas. El gitano es, como buen gitano, magnánimo, porque la mujer no es propia y en reparación, quizás del amor que decide negarle, o posiblemente del juicio y condena que ha decidido, la regala: «Le regalé un costurero grande de raso pajizo». Cuántas veces se sospecha daño en el juicio que se emite, y en vez de acallarlo ante esa duda, se le añade una reparación, que finalmente no repara ni evita, sino sólo tranquiliza la propia conciencia: "Le dije que no bebiera tanto. Luego cuando esa paciente murió: ¿Cómo podía yo asegurar que no estaba borracho? Pero siempre he reconocido que era un médico excepcional".

Entro aquí a una cuestión que es difícil de ver y asumir y suele ser obviada. Todos vivimos enjuiciando y a base de esos juicios, se decide buena parte de las acciones que se toma. La mayor parte de esos juicios son privados y se guardan para uno mismo. En el poema de García Lorca, a pesar que es de lectura pública, el poeta, que no el gitano, hace un juicio privado y nunca revela el nombre de la casada infiel. El gitano, por su parte, como personaje del poema, es de suponer que está relatando una experiencia a alguna audiencia. Su relato se refiere a quien quiera oírlo y de la estructura que este tiene, parece que sus oyentes saben a quien se refiere. En ese caso, pues, el gitano emite un juicio público.

El juicio privado es algo tan común y cotidiano, que casi no se lo considera tal. A cada momento, a fin de decidir como actuar se hace juicios privados, que no sólo abarcan el plano de lo ético o moral, sino también de lo económico, y político en todos sus aspectos. Muchos de esos juicios son tan prosaicos que a veces no se los nota siquiera. Sin embargo, cuando el juicio se refiere a aspectos morales o éticos y más aún, cuando se refieren a otras personas, se es altamente conscientes de ellos y muchas veces incluso se es intolerante en contraposición al juicio que en el mismo caso se hace sobre uno mismo. Otro tanto suele suceder cuando se juzga aspectos económicos o políticos por cuanto toda cultura tiende a asociar valores relativos a estos aspectos con rectitudes morales que quedan reflejadas en los pactos sociales. No obstante muchas veces se es más manga ancha en estos casos, ponderando el juicio por las conveniencias. El juicio privado sobre terceras personas no sólo es un derecho sino incluso una necesidad. Es necesario para fiarse a otros, ejercer un juicio privado o incluso para sostener una relación a veces tan efímera como elegir a alguien como compañero de asiento en un metro. El juicio privado nos lleva a desconfiar o a entregarnos, a iniciar una amistad o a rechazarla y tanto más.

El juicio público en cambio, que muchas veces es sólo, aunque no siempre, la explicitación social de un juicio privado, pienso que está muy lejos de ser un derecho y mucho menos una necesidad. Sin embargo, con cuanta facilidad se emite juicios públicos, a veces por sentir elevada nuestra capacidad moral, otras por mera irresponsabilidad en medio de pequeños y cotidianos linchamientos que ayudan a la jerarquización social necesaria. Nadie es ajeno a la posición social incluso en las situaciones más pasajeras. En el carro de un tren, en la cabina de un ascensor, se establecen relaciones de jerarquía a través de pequeños juicios públicos que se explicitan muchas veces sólo por una postura, una forma de mirar, un enjuiciamiento étnico y múltiples pequeñas situaciones casi imperceptibles para cada uno, excepto cuando se tiene una costumbre reflexiva y de autoanálisis. Las situaciones de conflicto en grupos, pequeños o grandes, excepto cuando la fuerza moral verdadera de sus integrantes es demasiado potente, cuestión muy difícil, son un caldo de cultivo rico para los juicios públicos e incluso los pequeños linchamientos que de ellos derivan, en los cuales la gente se involucra casi inconscientemente, aportando su juicio público al de otros con lo cual en unión de fuerzas se escala posiciones en la jerarquía social. Este fenómeno no sólo es aceptado, tolerado y ejercido sino incluso manipulado a horcajadas de la llamada opinión pública. Una vez creada la opinión pública, sea esta fundada en la verdad o no, ejerce un efecto de juicio y sentencia, de la que el acusado está privado de defensa. Cuantas veces se ve injurias o meras equivocaciones públicas que establecen una condena irreparable aun si las instancias sociales pertinentes exculpan al condenado. Este hecho se da en mayor o menor escala en cualquier estrato social y hace, a mi ver, abominable el juicio público: En una cabina de ascensor viajan cuatro personas. Tres de ellas visten elegantemente y la cuarta tiene un aspecto socioeconómico indudablemente más bajo, o de menor educación. En mitad del viaje se percibe un hedor de origen desconocido. Nadie, salvo el propio culpable puede decir a quien pertenece. El cuarto ocupante tiene una expresión que puede corresponder a que aguanta la respiración, o que está lleno de vergüenza. Uno de los pasajeros elegantes menea la cabeza y lo mira con desagrado. Los otros dos notan el gesto y lo imitan. Aquí hubo un juicio privado. Sin importar la razón o la culpa verdadera, se publica, incluso de una forma cínica, además de irresponsable, por razones ajenas al hecho: quizás una sensación, quizás un prejuicio. Rápidamente se establece una opinión pública y un pequeño linchamiento, que priva de defensa al eventualmente débil. Un caso como este se diluye en cuanto el ascensor llega y abre sus puertas, pero cada uno puede encontrar miles de ejemplos sociales tanto más graves.

¿Se piensa, al hacer un juicio público, en la responsabilidad que este implica? ¿Se dimensiona el valor de las sugerencias en términos de la gestación de un juicio público?: "Tú sabes como es Fulano". O bien: "Otra vez Sutano con lo mismo", aunque jamás antes se le haya visto en falta alguna. ¿Cuántas veces se acusa sin prueba ninguna con sugerencias como esas, o esta?: "¡Tenía que ser Perengano!". En fin, cada cual podrá encontrar, en su propia experiencia miles y miles de sentencias que sugieren y forman opinión pública de esa manera y que son juicios públicos: "Espero que esta vez Mengano demuestre respeto y tolerancia".

Cuando se hace un juicio privado sólo se arriesga el propio error en la acción que deriva de aquél. Podría, eventualmente, haber consecuencias que afecten o dañen a terceros según como se actue de acuerdo al juicio decidido. Sin embargo esta mecánica es inevitable y en todo caso compromete, llámese silenciosamente, al que formula el juicio y a quien afecte. En el juicio público, en cambio, se suman muchas consideraciones éticas, como el posible error de juicio, el sesgo que éste puede introducir en terceros y muchas veces la falta de análisis de la ética del enjuiciador, en relación a las razones morales y sus interpretaciones, que él haya considerado en la acción enjuiciada. ¿Dejó, en efecto, el médico su profesión debido a que era un borracho? ¿Fue el alcohol el que lo llevó a su acción?, ¿O tanto el abandono de su profesión como el abuso del alcohol son consecuencias de una causa común ignorada?. Muchas veces el juicio público, me atrevería a decir que casi siempre, ignora buena parte de los antecedentes y sólo se ejerce a base de un mecanismo destinado a otra finalidad, como es la toma de decisiones personales. ¿Cuánto se destina, tanto en tiempo como en antecedentes a formar un juicio privado?, ¿Cuánto más en decidir hacerlo público?. La gestión del juicio privado es un mecanismo quizás demasiado veloz, que no da el tiempo que requiere un enjuiciamiento responsable en ningún caso. De hecho el acuerdo social ha creado el mecanismo llamado "La Justicia", cuyo juicio en cualquier caso siempre colecciona antecedentes que se pretende completos, y sin embargo suele tener varias instancias, que aseguran que el dictamen y la sentencia definitiva no quedan en manos de un solo juez preclaro y potente.

Surge el problema del juicio personal en contrapunto con el juicio formal. El juicio formal tiene su máxima expresión en el poder judicial, las cortes de justicia y los tribunales diversos. Sin embargo en casi cada institución formal existe organismos de juicio cuyos dictámenes son definitivos y sus sentencias finales. Cualquier instancia que administra justicia, en estos casos tiene la obligación moral de la ecuanimidad e imparcialidad, quizás obligadas porque su juicio es público y está sujeto a su vez al juicio público de los miembros institucionales. Pero, incluso los organismos formales de justicia, cuyo juicio ha de ser normalmente público, en ocasiones de excepción y suspenso de libertades, se hace privado. Por lo general, en esos casos llega a ser, también, arbitrario. Es que en el caso de instituciones públicas, la privacidad de sus funciones produce el efecto del juicio personal privado, que está destinado a la configuración de la conveniencia personal de quien juzga, mientras que la justicia formal tiene una finalidad social, eminentemente pública, y como tal su finalidad es del todo gregaria. Su objetivo último es el bien social, mirando a la sociedad como un todo.

A partir de la visión de la justicia formal, como un valor y un acto deseable y benéfico para la comunidad, se transforma a la justicia y el juicio en algo altamente deseable. Desde esta mirada se genera un concepto intuitivo del ejercicio de la moralidad y respeto a la ética que incluye la necesidad del juicio público y es así que se tiende a ver como una colaboración social la transformación del juicio privado en público. Esta actitud, que a mi ver, no es apropiada, ni favorece la gregariedad social, o tampoco apunta en el sentido de la justicia, es suficientemente peligrosa como para ejercerla con extrema responsabilidad y prudencia, o incluso, siempre que sea posible, evitarla. Tal vez intuyendo eso es que el poeta cuando entra en la culminación de su romance dice, certero, esa frase que conmueve: «La luz del entendimiento me hace ser muy comedido».

Kepa Uriberri