Isabel Allende, profeta en su tierra, al fin

Me alegro y me alegro mucho y mucho me alegro y más. No es que esté de acuerdo o que no lo estuviera si hubiera sido de otro modo, ni tampoco que piense que lo merece o que crea que no lo merece, pero que otros sí. No. No me alegro por eso sino simplemente porque creo que más allá de cualquier polémica, los premios no se merecen, sino que se otorgan siempre por gracia. Me alegro, por lo tanto, porque creo que quizás ninguno de los otros haya tenido un anhelo tan profundo de alcanzarlo y me alegro porque al recaer, el premio nacional de literatura, en Isabel Allende se rompe una delgada y pobre costra que deja entrar el aire exterior, que sin ser ni más puro, ni mejor que el que se respiraba literariamente en Chile, es diferente. Privilegia otras cosas, que también son valorables y se mantenían encerradas, encofradas en dogmas y liturgias que siempre he creído perversos.

Un dogma, que ampara todas las liturgias y desprestigios, que sostienen todas las cofradías vacías de contenido, es precisamente el dogma del contenido: "¿Cómo se puede premiar a una escritora cuya obra carece de contenido?". Tal vez algunos también sean falsos dogmas, es decir, que ni siquiera existen, pero estaban ahí, entorpeciendo, o tal vez ayudando a crear polémica, con lo que el premio adquiere cierto prestigio, aunque bastante frívolo: "Si fuera hombre lo habría ganado hace diez años". No quisiera, a partir de estas premisas, juzgar a ninguno de nuestros escritores, para no parecer parcial. Además no soy más que una voz o una letra cualquiera, sin más autoridad que la que me confiero a mí mismo. Así, pues, para juzgar profundidad voy a hablar de nombres ajenos y voy a considerar juicios personales, de modo que puedan ser fácilmente desmontables por cualquiera que piense de modo diferente. Soy un lector ferviente de los clásicos rusos: Tolstoi, Dostoievsky, Chejov. ¡Qué exitosos y masivos escritores!. Sobre ellos quisiera preguntar: ¿Qué tanta profundidad hay en Ana Karenina, o en La muerte de Iván Ilich? ¿El jugador de Dostoievsky que hace sino relatar la miseria de un vicioso y la fuerza con que el vicio atrapa? Podría preguntar por La guerra y la paz o Alberto, por El Ladrón honrado o Crimen y castigo. ¿Cuál es la grandeza de estos autores y sus obras? ¿Innovaron algo?. Está el mundo, lleno de lectores que responderían con inocente sonrisa que no. ¡Claro! Los intelectos privilegiados dirán, con cierta sonrisa: "¡Qué lectores ignorantes son esos!". En mi opinión su mérito está en cuanto disfruto viendo la construcción de sus personajes, de los escenarios, en fin. ¿Es eso contenido profundo? ¿El contenido es más profundo cuanto menos comprensible sea para la masa? ¿O eso es un ripio? Los hermanos Karamazov son leídos como novela policial, como novela social, o como farragosa obligación y todas esas lecturas son válidas y certeras, pero casi nadie la ha leído como novela esencialmente política, sin embargo no es por este sentido, mucho más profundo y simbólico, que Dostoievsky es apreciado, sino más bien por cómo construye ambientes y personajes macizos, sólidos. Más o menos lo mismo podría decirse de Tolstoi. De los tres que nombré, el único innovador, a mi ver, es Chejov, también el único que alcanza profundidad verdadera, al menos en lo que respecta a la construcción de los personajes y sus posiciones en la escena del relato. Chejov es como un marcador de caminos, que señala un rumbo, que muchos han seguido detrás de él en el cuento moderno. Sí, estos autores tienen alguna profundidad. Pero un autor verdaderamente profundo, indiscutible, con una obra realmente sólida sería James Joyce y su Ulises. Este sí que es un autor críptico, farragoso, a ratos disfrutable, en largos pasajes aburridor como el que más. ¿Para donde va el Ulises? Sí. Cierto: En busca de su último destino, es decir de la página mil trescientos doce. En el intertanto el único aporte, nada profundo, que encontré en el Ulises fue el paseo de un perro por una playa solitaria, donde descubrí el verbo amblar. Fue fabuloso. Desde entonces, cada cierto tiempo lo recuerdo y amblo. Debo decir que amblar no es fácil. En fin, me aparto y se podrá creer que sólo es una digresión sin sentido. No se crea tal. Considérese su sentido profundo y su mérito de resumir conceptos. Es que tal vez todo esto, en relación al mérito literario de un autor y su obra, sea sólo digresión. ¿Por qué el mérito literario, o en cualquier ámbito ha de estar en lo profundo, en la entrelínea, en mensajes escondidos? ¿Por qué no en la capacidad de producir cierto placer en el lector? o mejor, en los lectores y más aun, en más lectores todavía. Ojalá en todo lector y quizás el mejor mérito se el mayor número de lectores gozosos que la obra literaria logra: ¿Por qué no? Sí. Por supuesto, también: ¿Y por qué sí? Quizás el centro líquido y sabroso de este asunto esté precisamente aquí: Es una cuestión altamente, muy altamente, opinable.

En cierta ocasión Isabel Allende, no recuerdo el contenido de la pregunta, opinaba que el ser humano tiene una delgada costra, muy fina, de raciocinio en la cáscara de su intelecto. Todo lo demás, hasta lo más profundo, es intuición, instinto, magia. Así como los perros amblan en una playa solitaria, oliscando las cáscaras de caracoles, y su imagen resulta, quizás por magia, perdurable, esta idea de la escritora me quedó siempre dando vueltas y cada tanto resurge. Hablaba también, en esa entrevista en la que le escuché esta idea, como motivación central del tema tratado, de la sincronía y del universo indefectiblemente sincrónico. Supe, algunos minutos antes de saber que Isabel Allende había sido ganadora del premio nacional de literatura, que Stephen Hawking había establecido, en su nuevo y reciente libro The Grand Design, que Dios no habría participado en la creación del universo. Parafraseo, porque no tengo la cita precisa: "Hay tantas leyes exactas de la ciencia" dice, "que perfectamente se puede aseverar que el universo se gestó de la nada. No sería necesario invocar a Dios como quien encendió la mecha y creó el universo". En mi ignorancia astrofísica, quizás tan grande como la literaria, y sólo con la inútil fuerza del pensamiento, me digo que haciendo ciencia es absurdo querer buscar a quien, de existir, la trascendería y sería el gestor de todas sus leyes. Sería tan absurdo como pretender que Raskolnikov se explicara la existencia de Dostoievsky. Cuando un científico se esmera en dejar a Dios entre bambalinas, o desaparecerlo definitivamente, entro en dudas de su capacidad científica, no porque yo sea un creyente, sino porque el intento no tiene sentido alguno. Es así que cuando leí esta noticia me acordé de Isabel Allende y su fina cascarita: Rara sincronía. Con toda la capacidad intelectual que se le supone a Hawking, no tardó nada en atravesar su delgada cascarita, metiéndose en una opinión que sólo es seria en el mundo de la frivolidad científica. Tres noticias más abajo encontré a Isabel premiada al fin. Hablando de cascaritas y sincronías, también recordé a algún amigo, al que otro bautizó "Cascarita" en nuestra conversación y códigos privados. En cierta ocasión Cascarita tenía en venta alguna máquina. Se la suponía en perfectas condiciones, salvo un detalle pequeño, sin importancia ninguna: Un cierto interruptor, de una función muy accesoria, carecía del artefacto de baquelita que daba valor estético al mando, aun cuando esto no impedía encender o apagar la función en cuestión. Nuestro amigo, el vendedor, explicaba este defecto mínimo así: "La máquina está impecable. Lo único que tiene es este interruptor al que le falta la cascarita". La explicación le valió el sobrenombre, sin embargo, éste tenía un sentido diverso al de la anécdota; es que Cascarita nunca manejaba conceptos más hondos que una cascarita. Cuando un científico, independiente de su inconmensurable intelecto no es capaz de superar la cascarita de su razón, como para darse cuenta que si Dios no existe no pudo crear nada. Pero si la nada gestó el universo, tal vez esa misma nada, que nadie puede explicarse, puede ser el Dios creador. Pasando más allá de la cascarita: ¿Que hay? ¿Cómo es la nada? ¿Será algo tan apretado de manera que entre medio no cabe algo? ¿Será la esencial compresión del todo? ¿O será que un personaje de papel y tinta no es capaz de explicarse al autor de sí mismo, excepto que el propio autor lo toque con la comprensión? ¿Cabe el autor en un intelecto de papel?. No nos preguntemos más sobre lo que no vamos a comprender y volvamos a la sincronía. Cascarita Hawking con su enorme intelecto quizás le faltare magia para discernir sobre literatura. ¿Y para discernir un premio, se necesita literatura?.

Alguien dijo que era necesario que el jurado supiera de la materia que premia, pero creo que la materia que debe conocer el jurado es de premios y no de la materia premiada. ¿Por qué se otorga este premio? ¿Para qué se otorga?. Habrá que preguntar al propietario otorgador qué otras preguntas plantearse en este caso para mejor comprender la naturaleza de este premio. Hasta donde puedo analizar, creo que este es un premio que no apunta a la calidad literaria o artística, sino a otros intereses, tal vez políticos, tal vez sociales, ¿ambos quizás? No quisiera mencionar a nadie para hacer crítica en uno u otro sentido, pero si se revisa la larga lista de premiados la mayoría de ellos no supera, con su obra literaria, los veinte años de lectura y de algunos varios, ni siquiera conozco que hayan escrito nada, quizás haya que escarbar para ello entre los gallos y la media noche. Resulta, entonces, bastante raro y demuestra que quizás el premio tenga algo más que persistencia, un poco de inteligencia y bastante de política. Esos tres importantes ingredientes se dieron ahora, curiosamente bien. El nombre de Isabel Allende, formalmente postulada sólo por segunda vez, tiene, en todo caso, mucho más que dos postulaciones de persistencia. Tiene años de exclusión (bienios o cuatrienios debería decir). Habrá que decir que no sólo se persiste en el tiempo, se persiste en el género y en el número. El premio ha sido injusto con las mujeres y eso acumula persistencia, y la cantidad de lectores (más lectoras que lectores) amontonan persistencia. Nunca he visto a nadie en el metro leer a Diamela Eltit, a Poli Délano, a Germán Marín; los otros postulantes. Creo que al único chileno, aparte de Isabel Allende que he visto leído en el metro, es a Roberto Bolaño, que murió demasiado joven para persistir. La actual premiada demostró inteligencia sobrada para ser transparente en la postulación anterior a esta en que no fue favorecida. También la demostró cuando con fina agudeza habrá percibido que esta podía ser su mejor oportunidad y participó con habilidad en su propia campaña: "Ya merezco de sobra ser galardonada", "Hay que escuchar la voz del pueblo" y más. Sí, claro, más: Alguien más dijo esa frase, pero no fue literaria. Fue sobre el escenario de la Quinta Vergara. Con esta frase presionó a las autoridades del Festival de la Canción de Viña del Mar para que le otorgaran un galardón reservado a la competencia; a su actuación como artista contratado para el espectáculo anexo. El público lo coreaba fervoroso y el no se movía del escenario. Entonces dijo: "Hay que escuchar la voz del pueblo". La cuestión política aquí es bastante extraña, pero la premiada la comprendió, con su fina cascarita de raciocinio, extremadamente bien a mi manera de ver. Isabel, en un gobierno de izquierda, con intelectuales de izquierda al mando del premio, nunca sería premiada por considerársele fuera del circuito del arte literario. No obstante, en esta ocasión, era buena carta política para la izquierda, ahora que sus intelectuales no tenían influencia ni demasiado que decir. Así pues, su postulación fue avalada por los ex presidentes de la república de la izquierda política. ¿Habrá leído, nuestro Ricardo Lagos (Capitán Planeta), algo de alguno de los otros postulantes? ¿Y la muy carismática Michelle Bachelet, habrá leído a la críptica Diamela? En fin, dificulto que el premio, otorgado en un ambiente político de derecha pudiera recaer en, por ejemplo, Germán Marín o Antonio Skármeta, menos aun en Diamela Eltit. Entonces Isabel estaba llena de posibilidades, porque si bien su nombre se asocia al del presidente Allende, no existe una asociación real. Aparte de La Casa de los espíritus, nada de la literatura de Isabel podría decirse que tiene contenido político; de hecho ahí está su estigma de falta de profundidad (que debiera llamarse compromiso político). Diría que la política no es su tema. Vuelvo a la inteligencia. A punto de ser elegido el presidente Piñera, resguardando las posibles variaciones, opinó que no veía problemas en una posible elección del candidato de la derecha. En otra visita posterior, hace no mucho tiempo, cuando ya comenzaba a gestarse la polémica de este premio, dijo creer que este sería un buen gobierno: Parecía arrimarse a buena sombra y pienso: ¿Por qué no? ¿Al final de que se vive si no es de llenar nuestros íntimos anhelos? No obstante todos estos movimientos fueron suficientemente sutiles, de manera que no fueron percibidos, creo, sino por quienes debían hacerlo y tampoco lo percibieron con la cascarita racional, sino con la profunda magia de los instintos y la intuición. Isabel Allende no será una mujer de derecha, tendrá ideas que quizás se ajusten mejor al progresismo y más, pero su origen (también el del ex presidente homónimo) es más bien aristocrático que popular y eso calza mejor con un premio otorgado en un ambiente político de derechas.

En fin; no me siento autorizado para decir que, entre los postulantes, la literatura de Isabel Allende sea la de mayor calidad, pero otorgarle el premio a ella es la opción de mayor acierto como noticia universal: Mucho más que negárselo. Mucho más que darlo a Diamela Eltit, que quizás fuera la opción de los intelectuales de la literatura, o a Germán Marín que estaba ahí como la opción innovadora, o a Poli Délano que quizás representaba la norma en uso y la causa primera para otorgarlo, que era una especie de medalla al mérito por servicios cumplidos, o a Antonio Skármeta que trajo a los libros, apenas, a la pantalla de televisión. Isabel ha esparcido su literatura por el mundo, más que ninguno, de modo que es un acierto político atar su nombre al ambiente político actual. Y si el premio fuera sólo literario, ¿Quién tiene autoridad para determinar cuál es la literatura más valiosa? ¿Acaso es mejor una literatura menos leída? Para qué seguir con tanta pregunta: El tema ya está cerrado y de eso me alegro y me alegro mucho de eso y sobre todo me alegro de la alegría emocionada de Isabel al recibir la noticia; y si de eso se tratara se maximizó la alegría y eso es bueno y sano. La literatura nada ha perdido, ni nada habría ganado con otra opción y si algún mérito se persigue, quizás el único logro posible fuera que más chilenos leyeran y quien mejor podía lograrlo era esta premiada: De esto, me alegro. También me alegro, y me alegro tanto, de que aquellos muchos y muchos que lean a Isabel en el mundo entero, sepan que esa mujer a la que leen ha sido premiada por su propio pueblo y se ha convertido, así, cosa rara para Chile, en profeta en su tierra.

Kepa Uriberri