À propos des gilets jaunes
Tuve miedo de algunos energúmenos cuyas expresiones salvajes, con los labios apretados contra los dientes y el rostro rojo, a la francesa, pasaban a nuestro lado. Renart tenía su chaleco amarillo de automovilista furioso. Yo sólo una identificación de prensa colgada al cuello, de modo que me aparté del tumulto. Quizás si fue un error. Unos policías, tan exaltados como los amarillos, me agarraron y me metieron, después de pegarme un poco, en un carro policial. Mientras esperaba mi liberación reflexioné en que los europeos sólo viven mejor que nosotros los latinos, pero son igual de estúpidos: Se comportan igual. Tal vez es producto de la globalización. Si las sociedades actuales siguen dejándose llevar de las pasiones y las redes sociales, el mundo global terminará gobernado desde la calle, a grito pelado. En mi rincón del mundo eso no lo solucionó una populista de derecha, ni un fascista xenófobo. Fue la fuerza bruta, el miedo, la tortura y muchos años de vidas cercenadas, desaparecidas, exiliadas. La democracia del grito pelado del pueblo destrozando los bienes ajenos no tiene soluciones. Ysengrin Lerouge, desde una posición de privilegio, sólo se limita a mirar los desórdenes, tan feroces, en torno al Arco del Triunfo. El siempre triunfa: Envía a sus cuadros a mover el caldo y agitarlo, mientras diseña los conflictos. A veces, ¿o casi siempre? le conviene exaltar al pueblo y prometerle apoyo para cuando la situación sea extrema. Y si sucede, el valor de Ysengrin es muy superior al de un puñado de revoltosos que se sacrifican a nombre de la causa cuyo contenido desconocen, pero Lerouge sí. Él suele ser el contenido, de modo que sabe hacerse invisible y culpar al eterno enemigo, siempre de extrema riqueza, siempre opresivo, siempre usurpador de los beneficios que el pueblo exaltado merece y pide. En tanto, algún Macron, algún torpe gobernante débil, en su turno, colecciona las culpas y paga el precio del progresismo. En fin, qué lamentable tener espíritu de idiota y no de dirigente, vivir ignorante y engañado gastando garganta en los gritos callejeros, arriesgando el pellejo para ser algún día el mártir de una idea que no se comprende y en la que sólo se cree como en una fe religiosa. Si se aprendiera a pensar en vez de seguir detrás de las instrucciones de Ysengrin, quizás si se llegara a ser Lerouge para estar allá, mirando los tumultos feroces de l'Arc de triomphe de l'Étoile desde la invisibilidad del dirigente.
Un graffiti rojo en el Arco: Kepa Uriberri |