Esa primera vez que lloré por amor




La primera vez que lloré por amor escuchaba esta canción de Elvis Presley. Dice: "¿Estás sola esta noche? ¿Me echas de menos?" y más adelante: "¿Acaso las sillas de tu saloncito parecen desnudas y abandonadas?". Hoy la escucho y podría llorar de nuevo, recordando. Pero el pensamiento toma otros rumbos, tal vez al considerar qué importante fue Elvis, no sólo para mis amores de niño, sino para toda la música moderna.

Es posible que John Lennon tuviera, como yo, un amor temprano que recordara con "¿Estás sola esta noche?". Quizás McCartney, al saberlo, le haya confesado que su primer amor se inspiró con "Ámame con ternura, ámame con dulzura, nunca me dejes ir...", en tanto que Harrison habrá alucinado oyendo a Elvis cantar: "Estamos atrapados porque te amo demasiado", cuando interpretaba la canción de Mark James: "Mentes sospechosas". Nadie sospecha, sin embargo, qué Stuart Sutcliffe solía tararear, hasta volver locos al resto de los cinco de Liverpool: "Mi cerebro está en llamas, no sé que hacer...", hasta que Lennon, un día de abril del sesenta y uno le dijo: "O te detienes o te vas". A eso de las siete y algo de la tarde Stuart, en un alto al ensayo, cantó: "Tus besos me hacen volar..." y Lennon lo despidió de la banda: "¡Bien!" le dijo; "vete a volar con sus besos". Pete Best jamás se acostumbró a la ausencia de Sutcliffe y se retiró cuando el grupo de admiradores de Presley ya tenía cierta fama en Liverpool y Hamburgo. Entonces llegó Ringo, que aporreaba la batería como D.J. Fontana lo hacía para para la pelvis de Elvis.

Ahora eran sólo los cuatro de Liverpool. Pero sólo dos marcaban la pauta musical. Recordando los viejos, bellos éxitos de Presley, variaban por ejemplo el "Ámame tiernamente... ámame con dulzura... ámame de verdad... ámame eternamente... ámame querida..." inventando nuevos "ámame", como ámame también, ámame por favor, ámame con placer, ámame además, ámame de noche, ámame de día y también ámame más; hasta que en el paroxismo del juego de "ámames musicales", Paul, para detener el asunto dijo: "Ámame... ámame ¡ya! Si tu sabes que te amo" y así nació el primer gran éxito y quizás el gran conjunto que marcaría la música del siglo veinte y lo que va del veintiuno: "Los Beatles".

En Londres, en tanto, por esos años, Mick Jagger ya era un loco sin remedio. Sólo lo salvaba su admiración por la faceta novedosa de la música de Presley cuando hacía fusión del folclor campesino, la música rítmica de baladas y otros, y la música melancólica de los negros. El rock and roll de Presley salvó de la esquizofrenia a Jagger, que vertió su genio, entonces, en la música y el rock, dando un golpe definitivo al rumbo de lo moderno en música y en conducta humana. Con Jagger, y sus secuaces, verdaderas piedras rodantes, que no criaron musgo jamás, a partir del sesenta y dos, no sólo nacieron las canciones sino un arquetipo nuevo en la música y el arte, en la bohemia, en la influencia de conductas mucho más allá de la leyenda popular y la imitación, marcando la cultura universal. Hoy las estrellas rock son músicos, pero también hay estrellas rock en literatura, en poesía, en pintura, y trascendiendo más allá de las artes, hay periodistas que quieren ser estrellas rock, hay políticos que quieren ser estrellas rock, hay gente que sólo está en farándula y quiere ser estrella rock, los hay cocineros, modistas, modelos, cronistas, reporteros, locutores, y gran número de más y más cuya gran aspiración es ser estrella rock. Y todo eso empezó a fraguar un día martes, ignorado, ocho de enero de mil novecientos treinta y cinco, en Tupelo, Mississippi y eclosionó un día, dicen que de julio, caluroso, en una feria de Memphis en Tennessee, cuando Sam Phillips oyó por primera vez al jovencito de diez y nueve años que estaba enredando la música de los negros con el folclore americano, imprimiendo una velocidad al ritmo, que alguien (no sabría descubrirlo; nadie lo sabría, creo) llamó rockabilidad y a esa música: Rock and roll.

Ella se llamaba Paulette. Fue el primer beso intenso. En el tocadiscos Elvis Cantaba "¿Estas sola esta noche?", mi corazón latía como el rock an roll del reloj, a punto de estallar de romance y alegría. Yo tenía, por entonces, doce años y ella once. Al día siguiente, loco de felicidad, entré al jardín de su casa. Ahí bajo la misma patagua añosa, testigo de ese beso rock, estaba Paulette: niña traición de tango, besando con la misma pasión, a Fernando. Nunca volví a verla, siempre la recuerdo, con la misma melancolía que trasunta la música de Presley. Aún, a veces, sueño con ella y ese beso tierno, pero es extraño: En esos sueños, no sé por qué, se oye: "Ámame con ternura, ámame con dulzura, no me dejes ir...", pero la canción es un tango, y al terminar de besarla, estoy despierto y avergonzado.

Kepa Uriberri