El beso del creadorDice Shakespeare, por boca de Porcia, en el mercader de Venecia que: «Si hacer fuera tan fácil como saber lo que hay que hacer, las capillas serían catedrales y las cabañas de los pobres, palacios de príncipes». Alguien me preguntó: "¿Por qué lees todas esas leseras, que al fin de cuentas, no aportan nada y además están escritas en una forma tan difícil y ampulosa?". Iba a comenzar una respuesta abismante de profundidad, llena de racionalidad, docta y superior, cuando la elucubración que preparaba me trajo la frase de Porcia, al darme cuenta de la dificultad que tendría convencerlo. Me dije, a mí mismo, que había dos maneras de ver las cosas: La sencilla, que las acepta como son, en ésta ambos tenemos la razón: Yo leo leseras y él no tiene el espesor y la densidad intelectual para comprenderlas; ¡Es así!. La otra, es la del que busca explicarse las cosas. Él me pide una explicación de mi comportamiento que le parece absurdo y yo derivo en otra divagación, que busca explicarse por qué la regla natural es como la enuncia Porcia. ¿Por qué hay multitudes que salen a las calles a gritar "¡Hay que hacer educación de calidad y gratuita para todos!" y siendo tan verdadero lo que hay que hacer, al momento de construir el palacio y la catedral, sólo resultan cabañas de pobres y pequeñas capillas?. Otros muchos, y cada vez son más los convencidos, reclaman que hay que hacer una sociedad más igualitaria y justa, y otra vez los deseos se frustran porque hacer es tanto más difícil que saber que hay que hacerlo. Largo rato estuve pensando en ello, no sólo pensé, sino que encontré tantos y tantos ejemplos cotidianos como estos: "Hay que terminar con la delincuencia", "Hay que hacer de la salud, un derecho", "Hay que dar independencia a Catalunya, a Euzkadi, a Escocia", "Hay que terminar con la discriminación", "Hay que reformar la constitución", "Hay que instaurar un nuevo orden que remplace al mercado neoliberal", "Hay que impedir que gobierne la derecha", "Hay que evitar que la izquierda nos lleve al desastre", "Hay que parar el narcotráfico", "Hay que legalizar el matrimonio homosexual", "Hay que impedir que los homosexuales adopten hijos", "Hay que perfeccionar la participación de las mujeres en política", "Hay que respetar los derechos de los pueblos originarios", "Hay que terminar con los cultos, las iglesias y las religiones", "Hay que despenalizar el aborto", "Hay que derrotar al Real Madriz", "Hay que subir los impuestos", "Hay que bajar los impuestos", "Hay que legalizar las drogas", "Hay que hacerse rico", "Hay que respetar los derechos de los trabajadores", "Hay que quitarle el poder a los ricos", "Hay que darle mar a Hungría", "Hay que legalizar la venganza", "Hay que impedir la guerra", "Hay que derrotar al terrorismo", "Hay que proteger el medio ambiente", "Hay que generar más energía", "Hay que proteger a las especies en peligro de extinción", "Hay que terminar con la violencia racial". Creo que tengo, aquí, tantos "Hay que", que ya podría construir un programa de gobierno. Entonces, me digo, ¿qué pasaría si de pronto cada "hay que" se transformara en palacio de ricos o en enormes catedrales?. No sólo eso, sino que cada nuevo "Hay que" que surgiera se transformara de inmediato en realidad. ¿Cómo se conciliaría una Catalunya independiente, con otra Cataluña, concurrente e idéntica pero firmemente atada a España? ¿Cómo se haría para evitar que los pobres hechos ricos no fueran engañados por los ricos hechos pobres o al revés, de manera que todos permaneciéramos en un nivel tal que la riqueza, o la pobreza, fuera anodina? ¿Cómo hacer para que nadie, nunca más, quiera ser más rico? ¿Cómo hacer para que nadie cayera, otra vez, en la pobreza? ¿Cómo se haría para terminar con los cultos y las creencias religiosas sin dañar la libertad? ¿Cómo obligar a la gente a elegir a Marine Le Pen o Sarah Palin para llenar una cuota de igualdad de género?, ¿Cómo impedir que la gente elija a Marine Le Pen o a Sarah Palin para que no crezca la ultraderecha? ¿Cómo hacer para que los más capaces, o los más ingeniosos, produzcan para entregar las ganancias a los menos dotados?, ¿Cómo evitar que muchos ingeniosos limiten su esfuerzo y reciban un ingreso igual y digno? ¡Si total, para qué!. Como se vea, para estas preguntas habrá muchos que sepan la respuesta o que al menos crean saberla, sobre todo si hacer y saber que hay que hacer fuera lo mismo. Más difícil sería conseguir que todos fuéramos igualmente dotados: Escribiría una obra tan universal como Madame Bovary, o Crimen y Castigo. Más aún, habría que escribir otro Mercader de Venecia con una Porcia, tan dotada, que dijera a Nerissa: "Si hacer justicia fuera tan fácil como hacer leyes, ni Shylock hubiera sido víctima del prejuicio ni yo misma habría sido sorteada por mi padre". Pero estas son historias. William Shakespeare, cuya única obra que se supone completamente original es este Mercader de Venecia, tenía claridad sobre la dificultad de hacer y crear. Tal vez por eso fue un gran copión, un «grajo vestido con nuestras plumas», como lo acusó Green, de quien parece haber tomado las ideas para esta pieza. Sin embargo, las obras más magistrales y permanentes del hombre sólo nacen muy lentamente, cocinándose sobre lo ya creado por otros. Las catedrales y los palacios, quizás las mas perdurables, se construyeron en años y años sobre la obra que iban dejando otros. La Odisea se le atribuye a Homero, sin embargo parece ser una fabulación lenta sobre hechos históricos convertidos en leyenda y recopilados, tal vez, por el autor. Homero como Shakespeare no fue el creador de sus argumentos. Este último también tomó de antiguas historias clásicas a Hamlet, Lear u Otelo. Es posible que ese lento tránsito haya culminado con sus obras inmortales. ¿No es así, acaso, como crea la naturaleza?. Tan potente es la vieja mitología y la Odisea de Homero que autores contemporáneos intentaron, con ella, engañar a la cultura moderna. Así James Joyce tituló Ulysses a su novela, hoy la más connotada, para mi la más anodina y oscura. El señor Bloom es un Ulises de trapo que hace un día normal por Dublín, mientras que Stephen Dedalus, encarnación literaria del propio autor (Léase Retrato del artista adolescente) hace otro tanto. ¿O es Dedalus el Ulises de Joyce?. ¿O encarna a Telémaco?. Joyce, a mi manera de ver, se burló del mundillo literario, que comenzó a ver claves escondidas en el relato e hizo fama que esta novela renovaba toda la narrativa moderna: ¡No lo creo!. Haría esta paráfrasis: "Si hacer fuera tan fácil como querer hacer, la torre Martello sería el castillo del reino de Ítaca, y el Ulysses sería la Odisea". No obstante hay que reconocer la admiración del mundo literario por Joyce. Bloom completó su odisea en un día por Dublín y vuelve a casa donde está Molly, la moderna Penélope, que lo engaña sin disimulo. Ulises Bloom no quiere volver a su Ítaca para no encontrar a Penélope Molly yaciendo con su amante. Sólo vuelve para socorrer a Telémaco Dedalus que recibió una paliza en las puertas de un bar. Por supuesto hay mucho más, pero este es el centro líquido del mito de Joyce. Borges fue un admirador de Joyce. Tal vez se dijo que si éste escribió la nueva Odisea, ¿por qué no podía escribir él el nuevo Quijote? Pero debió recordar que se había opuesto a escribir novelas, que proponen, latas, en quinientas o más páginas, lo que se podía comentar en tres. Así, es posible que decidiera inventar a Pierre Menard, que como Joyce el Ulises, pretendía escribir hoy un Quijote, igual en todo, palabra por palabra, al de Cervantes, pero sin copiar el original. El proyecto del Menard de Borges es descabellado; ¿por eso no lo emprendió Borges como lo hizo Joyce?, ¿por eso inventó a Pierre Menard para que acometiera esa quijotada? ¿o Borges ironizaba sobre las descabelladas interpretaciones de la obra de Joyce?. A veces, así lo creo. Si por mi lado, hiciera un programa de gobierno con la lista de los "Hay que" de más atrás, seguro encontraría una cierta masa de crédulos seguidores que la transformaran en un nuevo dogma invariante. Al fin de cuentas, el propio Shakespeare, a base de pura literatura, transforma a Porcia en doctor en leyes y salvadora del mercader de Venecia, demostrando que cualquier capilla que recibe el beso del héroe (o a veces de la heroína), puede transformarse en catedral, o un sapo en un príncipe (o primer ministro) y más. ¿Quién dice que no puedo, yo, por lo tanto, gracias a Borges, Joyce, Shakespeare u Homero, llegar a ser el gran gobernante universal, amado de mi pueblo, odiado por el pueblo? Kepa Uriberri |