Divagando y asociandoPara no entrar en discusiones inútiles, voy a asumir que aquello de la gran explosión es cierto. Antes no había nada y de pronto nada estalló en un fenómeno inconmensurable. Tan enorme que fue capaz de crearlo todo. Todo, entonces fue caos, desorden; pero comenzó a asociarse, sin ninguna duda. De no ser así: ¿Alguien puede explicarme la música? ¿O la música es caos?; ¡Bueno! ¡Sólo alguna!. ¿Y qué hay de la vida?. La vida puede ser un efecto del caótico azar: Es cierto. Pero una vez sucedido un azar favorable, éste tiende a perpetuarse, contradiciendo el aumento persistente de la entropía y el desorden. Al menos yo lo veo de ese modo. Explíquenlo, si lo desean, de cualquier otra forma, pero el hecho está ahí: Cotidiano, real, visible. Se llama ameba, protozoo, pez, insecto, animal, hombre y en definitiva "Próspero azar". Hay pensadores que se divierten divagando en medio de lo imposible, o de lo que suele llamarse así. De ese modo alguien llegó a demostrar, con la potencia del pensamiento, que ha de haber vida similar a la nuestra en algún lugar del vasto universo. Se deduce a partir de una pregunta en apariencia tonta: ¿Es posible negar, con absoluta certeza, la existencia de vida en algún lugar del cosmos?. La respuesta también parece tonta: ¡No!. No es posible negar que haya vida en algún lugar cualquiera del universo inconmensurable. Se puede afirmar que hay una probabilidad de que exista vida allá afuera. Sin importar lo pequeña que esa probabilidad sea, si es posible, como en un juego de azar, lanzando los dados una cantidad suficiente de veces, se encontrará al fin cualquier combinación probable, así, si buscamos en el espacio ilimitado, mientras este sea suficientemente grande y rico en posibilidades, que lo es, indefectiblemente se hallará vida en alguna parte. Entonces es posible afirmar con toda certeza que ha de haberla en muchos lugares del universo enorme. Ahora bien, cualquier combinación material a la que llamamos vida, tiende en una alta probabilidad a asociarse, quizás sólo por azar, y a estabilizar dichas asociaciones. Es también un hecho innegable que existe alguna probabilidad que en las infinitas posibilidades de asociación de entidades materiales, se produzca alguna o muchas que resulten en saltos prósperos. Queda demostrado en nuestra propia realidad evolutiva. ¿Cuántas infinidades de veces se habrá jugado el juego de la creación en el universo?. ¿Cuantas de ellas con éxito?. ¿Y en cuántas se ha producido asociaciones, no sólo prósperas, sino estables?. Apenas es necesario pensar en la vastedad del universo para saber que cualquier situación probable ha de haberse producido muchas veces en las diversas e innúmeras lejanías posibles. Y bien: Así visto voy lanzando la mirada sobre todas las cosas y las veo, cada una de ellas como una asociación feliz de otras más sencillas. El pájaro y sus plumas, el árbol y las hojas que mueren cada otoño, el polvillo sutil del ala de la mariposa que sostiene mil colores y la liviandad del vuelo tan diferente al del ave. El músculo y nervio tensos del felino que salta sobre su presa, el salto delicado de la bailarina o del ciervo que huye asustado, todos asociaciones de pequeñas e inútiles entidades vivas que por sí mismas no serían casi nada, al unirse en sucesivos seres en azaroso ensayo y error prosperan en diversos sentidos en busca de excelencia: El mejor sobrevive, el que fracasa se extingue. Sin embargo en ese proceso lento y sutil de intentos sucesivos sólo hay casualidades extraídas de la gran caja de sorpresas que saltó de la nada. Ocurren de manera subrepticia, de modo que una sequía progresiva transforma al pez en reptil, y la precariedad del hueso y el músculo, transforma al simio en hombre inteligente. El hombre en su extrema soberbia se asumió el último producto del caos natural y se reputó dueño y diferente de la naturaleza: «Y dijo Dios: Todo lo que hay en el jardín es para tu provecho». Por eso quizás no sabe que la asociación continúa. Los animales hacen manadas, colmenas, hordas, recuas, rebaños, bandadas, y más; el hombre familias y clanes, ciudades y naciones. Todo ello, al fin, producto de diversos azares. Hostigando el persistente sorteo universal alguien produjo una chispa. Con ella incendió la paja. Con cuidado, nacido de esa suerte, logró encandecer, en el vacío de una ampolla un filamento de la paja e hizo, como el gran demiurgo universal, la luz: Hizo la luz eléctrica. Por azar, quizás, alguien encendió y apago repetidamente la luz y la fortuna de su inteligencia le sugirió codificar el modo de hacerlo creando la comunicación a distancia. Otro azar necesario relacionó aquellos códigos en una máquina poderosa que le permitió calcular el viaje a la luna, la flotación espacial de espejos para lanzar los códigos, y también acelerar la industria de bienes. Así se prospera de manera azarosa, caótica y útil. Por ensayos afortunados se descubrió que se podía empequeñecer esa poderosa máquina. Esta carrera no está terminada aún, sin embargo lanzo la mirada y comprendo que sentido tendrá que cada pequeño esfuerzo vivo de la naturaleza lleve, en algún futuro, este engendro poderosísimo, producto de tantos azares, que lo va conectando firmemente a todos los demás seres, como células de un organismo mayor, singularizando a todos los de este ecoambiente en un solo ser superior multiconectado como lo están las células de cada cuerpo vivo. ¿Quizás nos acercamos, sin percibirlo aún, a un nuevo salto evolutivo, en el que seremos células en el cuerpo de un gigante? Kepa Uriberri |