Sociedad de la Información"¿La Amaya F? Pero si es hermana de la Andrea T, ¿que tendría de raro que cante tan bien?" me responde alguien cuando alabo la voz de la primera. Su aseveración, sin embargo, me parece del todo antojadiza, de manera que le respondo: "¿De dónde sacas esa idea?". Con seguridad absoluta me confirma: "Son hermanas de madre. Las dos son hijas de la Victoria no sé cuánto, que canta ópera". Insisto: "¿Dónde oíste esa información tan absurda?". "La escuché en la Tele. Creo que a ese que se llama Fredy H, así que es cierto". La historia es verídica, los aseveraciones: No. Andrea T es hija de la cantante de ópera Victoria V y Amaya F es actriz y cantante. No tienen entre ellas parentezco alguno, aunque es cierto que un buen número de personas a las que interrogué maliciosamente aseguraron que eran hermanas. Todas dijeron haberse enterado de esto en la Tele. Alguno, también, me sugirió confirmarlo en la Internet. Estos artículos que escribo, y también cuentos y relatos, los promuevo a través de listas de correo electrónico; quizás usted esté leyendo esto por ese medio. En cierta ocasión alguien me respondió y me dijo que encontraba sumamente interesante lo que escribía, pero que era muy largo. Añadió que el podía darme clases no presenciales de escritura, de manera que aprendiera a escribir, como se hace ahora, en frases breves y sintéticas. Le dije que me parecía muy atractiva su proposición y que a mi vez yo podía enseñarle a desarrollar ideas a partir de los breves enunciados que él exponía. Insistió que en el mundo de hoy, eso no se usa. En fin, concluí el tema asegurándole que una novela escrita a base del método que me proponía sería un absurdo y le prometí eliminarlo de mi lista de correos. En el último tiempo me ha resultado recurrente verme sumido en la reflexión sobre temas del estilo de los relatados. En especial porque nos encontramos en medio del tráfago de las elecciones políticas que renuevan al presidente y el congreso. Por doquier uno se ve rodeado de eslóganes: "Educación gratuita y de calidad para todos", "Sí al matrimonio homosexual", "La derecha se opone", "La izquierda está atrapada por el Partido Comunista" y así, mucho más. Hay otros que derivan de la absorción de estos, pero que se contaminan de palabras soeces, de insultos, de descalificaciones, o que se construyen a base de ideas fuerza, poco comprendidas pero de alta potencia: "¡Fascistas de mierda!", "Estamos en democracia", "Derechos reproductivos para la mujer". Me he preguntado: ¿Por qué prolifera este tipo de pensamiento conciso, sin fundamento, cuyo único sustento es su propio enunciado convertido en verdad irredargüible? Nuestra sociedad actual comenzó a construir su tramado moral, ético y espiritual, de manera subconsciente y subrepticia, reemplazando el mundo de la oralidad antiguo, por el de la escritura. Este primer paso, pienso, lentamente fue destruyendo la sociedad de la tradición, donde los valores se transmitían por la palabra desde los padres o ancianos cultos, a los hijos o discípulos. En aquel entonces los valores y la verdad no sólo eran un enunciado, sino una praxis efectiva. El maestro no sólo enseñaba, sino que se comportaba según sus enseñanzas. Cuando la escritura se hizo masiva, los maestros, los que escribían, plasmaban la cultura y el acuerdo social en el libro, luego en la revista y finalmente en el periódico, y se escindieron de su imagen. Su comportamiento podía no reflejar su discurso y el verdadero maestro pasó a ser sólo un símbolo perfecto detrás del texto. Mi hijo podía encontrar valores, verdades, visiones y toda una cultura distinta a la mía, que se contraponía con la fuerza de la permanencia. El libro está ahí y siempre sostiene y justifica lo mismo, en tanto que uno está sujeto a error. El mundo escrito dio ese primer paso, casi sutil, casi imperceptible en el sentido del cambio del tipo de sociedad. Pero supuso un cambio mayor al permitir leer, releer, juzgar y rejuzgar el pensamiento del autor, haciendo permanente el diálogo con este. Uno puede leer muchas veces el modelo de sociedad que postula una novela, un ensayo, las historias breves, los artículos, las crónicas y acordar o discrepar, o incluso reflexionar y cambiar. Así, la masificación de la escritura y la lectura logró que el pensamiento se hiciera más extensivo, llegando a más gente, más intensivo en tanto la lectura promueve la reflexión, y más profundo al favorecer la dialéctica plasmada en la obra escrita y estable. Quizás, visto así, podría pensarse que aquella fue la época más luminosa del desarrollo de las sociedades. Florecieron más y mejor las artes, la cultura y la ciencia. Además la valoración del hombre se extendió de manera explosiva. La radio, en buena medida, habrá significado un retroceso en algún sentido, aunque un avance en otros. La información y el pensamiento quizás fluyeron más veloces, pero a la vez más inciertos, sujeto a la debilidad de lo oral que no deja huella testimonial. Con todo, el avance de las ciencias y su rabo: la tecnología, no le dieron, a la radio, demasiado tiempo. Si fue posible transmitir la voz, es posible que desde ese mismo momento haya comenzado, no sólo el sueño, sino el esfuerzo por transmitir la imagen. La televisión es muy posible que haya sido el primer paso definitivo, que frenó a la sociedad floreciente del pensamiento y la reflexión. A veces se olvida, pero el cine, no como medio, sino como forma de arte y de expansión cultural, talvez haya sido menos efectivo, pero del mismo modo, avanzaba en el sentido de lo que la televisión ha provocado, aunque mucho más lentamente. Recuerdo, en mi niñez y adolescencia, la comparación tan frecuente: "¿Cuál te pareció mejor: El libro o la película?". Por aquel tiempo el relato visual comenzó, tímido, a competir al escrito. La televisión aceleró el proceso, pero además lo extendió e hizo inmisericorde la competencia. Hoy en día es muy frecuente que la obra sea diseñada y creada para la imagen, no para el texto. Así, de esta manera, el pensamiento se ha hecho elusivo, o basado en el impacto visual y el efecto. Es mucho más el público que sólo ve, que el que lee, y la lectura, casi tanto como la escritura, se ha reducido a la brevedad del subtítulo o de la frase conversacional. No obstante que así ha venido sucediendo, de manera fatal para la cultura de la reflexión y el pensamiento, el tiro de gracia, si es que lo es, porque nadie me asegura que no haya en el futuro, quizás no tan lejano, otros disparos letales, ha sido la Internet, que ha masificado y globalizado las nuevas formas sociales. En la Internet, por otra parte, se ha subrayado las bondades de la brevedad, asociando el pensamiento a una pieza de información y esta, finalmente, al fugaz gorjeo de un pájaro. Así, de aquella manera, la sociedad ha migrado desde el pensamiento y la reflexión, hacia la información, asumida verdad, hasta el margen del dogma. Cuando, como yo mismo, se es un romántico de la reflexión, del pensamiento, y de la evaluación lenta y exhaustiva, muchas veces se llega a conclusiones imposible de expresar en una sentencia como: "Sí a la vida", o "¡Por favor!: Misericordia". Intentando ser muy breve, para ser entendido por quien no es capaz de asimilar el desarrollo de una idea, uno expresa algo como: "¿Dónde está el deber de respetar el derecho del que está despojado de voz, para defenderlo? ¿Acaso cada derecho no debe asociar un deber de respeto de la restricción que impone?"; pero ya es casi demasiado largo. Y si no lo es, siempre habrá una sentencia breve, de menos de ciento cuarenta caracteres, para oponer, como: "La derecha y sus privilegios", o "Estamos en Democracia", y también "Date cuenta: El mundo cambió". Sí que cambió el mundo. Es preocupante que el mundo haya cambiado desde la aquilatada reflexión, desde valores conceptuales, a piezas de información transmitidas en una imagen elusiva, en una frase oída en la tele. Hoy la sociedad reniega de los valores morales, éticos y espirituales, basados en la razón, y abraza sentencias populares, cuyo único valor es la repetición, que es asociada al valor supremo, que lo justifica todo: ¡Democracia!. Desafortunadamente, "Democracia" es, también, sólo una pieza de información vacía. A veces, sólo a veces, alguien lo traduce como: "La voluntad de la mayoría ciudadana", que es otra sentencia derivada de la falta de reflexión. Baste considerar una discusión sobre un tema cualquiera en el que se encuentre una decena de ideas, todas diversas y contrapuestas. Pensemos en una mayoría de los dirimentes de doce de cada cien, en tanto las otras ponencias se reparten diez de cada cien y alguna menor los ocho de cien faltantes. ¿Debería la mayoría de doce imponer, por democracia, entendida como aquel concepto precario, su idea? ¿Cómo debería ser una democracia verdadera para solucionar en justicia una situación así? Por desgracia estas preguntas ya caen en el romance de la antigua sociedad de la reflexión, que busca soluciones en el pensamiento y no en las mayorías puras, cuyos valores son sentencias repetidas de manera múltiple. Es posible que alguien pregunte acaso el intento es imponer una democracia ilustrada. No tengo todavía una respuesta, pero un acercamiento responsable, social, viable, ha pensado en la democracia representativa, que ya no es una sentencia, sino un sistema de pensamiento, aún cuando éste parece ir perdiéndose, en favor de algo más cercano a una pieza de información, que puede ser asumida por todos, a través de sentencias sencillas, que viajan con velocidad por los medios masivos, en imágenes noticiosas breves y reiterativas, en mensajes asimilables a un gorjeo, o en eslóganes políticos. Más aun, no se requiere demasiada reflexión para comprender que el pacto social no siempre debe ser diseñado a base de mayorías de ningún tipo. Sin la reflexión requerida, la sociedad jamás aboliría, por ejemplo, la pena de muerte. Conductas sociales de mayorías eventuales pueden ser altamente perniciosas e injustas, como el linchamiento, por lo demás tan frecuente en escala reducida en la discusión pública. Suele hacerse más y más frecuente en la medida que nos movemos hacia los estratos de menor cultura; pero por desgracia, la ilustración va siendo, inconscientemente, cada vez menos valorada, con la consiguiente merma de cultura. Hoy, por desgracia, basta con ser parte de la opinión de muchos, cuya intensidad en el mensaje tenga suficiente estridencia. El mundo silencioso, el de la reflexión pausada y lenta, va siendo cada vez más apabullado por el grito y la consigna, que sólo contienen información: "¡El país de todos!", "¡Sí se puede!" o más. Kepa Uriberri |