Sobre la crítica




Estimado amigo;

Leí con placer, y un buen vino Carmenere, el manuscrito de la novela que me envías, junto con la crítica y tu queja sobre ésta. Si bien entiendo las razones del crítico, aunque muchas de sus observaciones no las comparto, creo que equivoca su misión cuando su opinión se confunde con la de cualquier lector no avisado. Es evidente que su análisis falla cuando pretende que al interior de la novela se imponga un juicio moral. Esta actitud retrógrada es parecida a la que imperaba en las letras de los autores en estados unidos cuando se asumía que el bien debe siempre triunfar sobre el mal, prevaleciendo la moral y buenas costumbres dentro de la novela así como se espera que ocurra en la vida real. La opinión del crítico se empobrece cuando dice: «Si bien el texto está bien escrito, su visión sobre el mal trato, que no llega hasta la tortura, es demasiado indulgente, al punto que la novela resulta no lograda». Parece que necesita disculpar su juicio crítico: «la novela resulta no lograda» con un concepto previo, halagador: «el texto está bien escrito». Creo que un crítico no debe enlazar una disculpa previa a una opinión negativa; es una mala práctica, cínica y temerosa. Me recuerda a Borges en "Examen de la obra de Herbert Quain": «he comprobado sin asombro que el Suplementeo Literario del Times apenas le depara media columna de piedad necrológica, en la que no hay epíteto laudatorio que no esté corregido (o seriamente amonestado) por un adverbio».

Es cierto que abordas un juego peligroso, no obstante, ese riesgo es el que permite y empujará al lector a la reflexión. Es especialmente interesante el narrador testigo, en tercera persona, que participa de la trama, aun cuando en la acción del relato se mantiene pasivo. Sin embargo, el narrador comparte la admiración del protagonista, con el resto de los personajes y por tanto, en efecto, su juicio sobre él, tiende a ignorar el grave defecto de que adolece, y que tu crítico interpreta como indulgencia. Quizás en un relato decimonónico, un narrador en tercera persona, distante, tendría la obligación de llevar la nota moral y condenar al protagonista. En este caso, un narrador moderno, que es parte de la trama y alterna, a ratos, la primera y tercera persona, es natural que siendo un testigo cercano, que comparte su ideario y doctrinas políticas, en las cuales el protagonista es su guía carismático, tienda a ignorar los defectos y a disculparlos por la admiración que siente, junto con el resto de los personajes. Esto es coherente, incluso, con su actitud de perdón e ignorancia respecto de los rencores largamente cultivados por el protagonista respecto del narrador, que hacia el final, cuando el héroe está viejo y acabado, lo ampara y protege aun a pesar de la condena y el silencio rencoroso del otro. Una novela ingenua, como todavía es de uso en el mercado, en las áreas de suspenso, de fantasía y casi todas las de interés comercial, el héroe y protagonista, ha de ser puro, idealista y predecible, excepto en la acción del suspenso tramado. Este esquema es largamente usado, aún, en la medida que alcanza a grandes masas de lectores que buscan sólo entretención. Te conozco, literariamente, desde hace tanto, que sé que ese no podría ser tu ámbito de acción al escribir. Tu búsqueda es inteligente, pretende la reflexión del lector; profundiza hasta otro nivel de la realidad, ahí donde no existe los buenos y los malos, sino sólo personas, que dentro de su ser acunan la contradicción de la bondad y la perversión, la admiración y la envidia, la generosidad y el egoísmo, el afán de poder y la nobleza, más y más. La gente que vemos todos los días, tú mismo, yo, nuestros amigos comunes, todos somos así, llenos de contradicciones. Una novela que pretenda ser un instrumento de reflexión no puede trabajar con seres irreales. Ne es así Raskolnikov, ni Dimitri Karamazov, ni siquiera el agrimensor de El Castillo, o Joseph K. ni Titorelli, ellos no son unidimensionales. Madame Bovary es obsesiva, es compulsiva, pero no es unidimensional, Oskar Matzerath es polimorfo; ahí está su magia. La linealidad dimensional es propia del cuento, no de la novela, aunque a veces la mala crítica, en la audacia de la ignorancia, confunde la novela con un cuento largo.

Tal vez confundió tu novela con una de detectives. Esas son cuentos largos. Después de un largo y truculento relato, el clímax conduce al mayordomo, o al culpable, a Ruiz-Tagle, pero no hay que agitarse demasiado, amigo mío, ya lo dijo la señora Marple: «la gente es igual en todas partes»; sólo algunos no podemos y somos muy distintos: De eso me alegro, y mucho.

Kepa Uriberri