La extraña muerte de Orlita Olmedo


Kepa Uriberri

I

En el cementerio

Mientras ella terminaba los trámites, después de sepultar a su padre, me dediqué a recorrer las avenidas silenciosas, de mármol y piedra. Abundaban las flores marchitas, los ramos secos, los crisantemos podridos. En el aire flotaban aromas dulces de pétalos fermentados, y recuerdos que se abandona. Lápidas rotas, ángeles descabezados, y mausoleos derruídos, son vecinos y conviven con primorosos jardincillos, querubines lustrosos, y monumentos a los seres queridos ausentes. Un arcángel de ojos vacios, en una esquina, sostenía unas calas de alabastro, que invitaban a seguir su dirección. Viré por esa calle, bajo la sombra de las acacias, siguiendo una graciosa fila de codornices que en familia honran el lugar. Me llevaron a una tumba que jamás creí que existiera: Era un catafalco de piedra, dentro del cual reposaba el ataud de la difunta. Representaba un altar de iglesia, en el cual a un costado había un cojín que sostenía dos anillos, todo tallado con precisión. Al centro, en un misal abierto se leía una inscripción. Frente al altar en mármol blanquísimo, un hermoso ángel vestía de novia. El velo que caía enredado a su pelo ondeado, se transformaba, en su espalda en las hermosas alas míticas. Entre sus manos sostenía un ramo de azahares verdaderos, frescos y olorosos. "Siempre viene gente a ese mausoleo, y le cambia el ramito por uno nuevo", me aseguró un sepulturero.

La inscripción en el misal decía: "Aquí yace, en espera de su amado, Orlita Olmedo, muerta el catorce de febrero de mil novecientos ochenta y siete al pie del altar del matrimonio". Sobre el altar, alrededor de él, y de la albísima novia angélica, un sinfín de ofrendas florales, placas recordatorias, y muñecos de distintas índoles: Peluches, plásticos, de baquelita, y de goma, todos de variadas antiguedades, acompañaban el monumento fúnebre. Me acerqué con curiosidad, a leer las placas que evidentemente habían sido añadidas mucho después de la construcción. Todas, sin excepción alguna, agradecían el favor de la difunta de arreglar distintos conflictos amorosos y matrimoniales. Gran parte de los muñequitos de diversas gomas y peluches, tenían atados cartoncitos con nombres de los oferentes, y frases tales como: "En recuerdo de nuestro matrimonio. Violeta y Omar", o "Recuerda, y encomienda al Señor a Jorge y Susana", y muchas más similares.

El sepulturero no tenía explicación para la devoción de los novios, más allá de lo que cualquiera intuiría: El extraño mausoleo llama la atención, y ésto hace que se vaya formando la leyenda romántica de la novia que muere al entregarse, ante el altar.

¿Cómo, muere una novia en el altar del matrimonio?. ¿Por qué cae fulminada en esa instancia?. Es difícil encontrar una explicación real: ¿Que accidente produce una muerte así?. Talvez fue un último acto de amor romántico, sabiendo que moriría. O sin saberlo, llegó llena de ilusiones que no se consumarían jamás, y una maldición extraña la fulminó cercenando la felicidad.

Lo extraño de la tumba, y más aún, la extraña muerte de Orlita Olmedo mientras se casaba en la iglesia de la Recoleta, cerca de la Pergola de las Flores, y del cementerio donde hoy reposa cansada de peticiones de amor; me llevó a investigar su vida, y la verdad de su muerte.

Con el tiempo, muchas veces volví a este lugar, talvez buscando respuestas que ella ya no podía dar. Encontré muchas parejas y mujeres solas, que venían aquí en busca de la magia que la leyenda había creado, producto de raras motivaciones, que nunca logré descifrar. Quizás yo mismo pretendía, que maravillosamente, Orlita Olmedo me descifrara las claves de su muerte extraña, aunque ella ya no podía dármelas, así como no podía asegurar la felicidad de quienes la llenaban de ofrendas y agradecimientos.

Pude comprobar, con el tiempo, que tras la leyenda forjada por los devotos, debido posiblemente, al culto y pena de su novio; existía una historia bastante más prosaica y extraña. En estas páginas se da cuenta de los sucesos que terminan en la muerte de Orlita, de acuerdo a los testimonios de la gente que los vivió.