#MeToo




En aquel tiempo yo era joven y quizás hermoso. Estaba en esa tienda comprándome un traje, de modo que me probé uno y otro , y en cada prueba me miraba en un gran espejo, que ahí había, para ponderar el calce del chaleco, la caída de la tela en la chaqueta, el largo del pantalón y más. Con todo, no había en ello ni un átomo de vanidad.

Más allá, con otro vendedor, un hombre ya algo mayor, tal vez sobre los cincuenta; delgado, bien atildado, de buen porte, hacía lo propio. De pronto me queda mirando, extiende desde la distancia los brazos hacia mí, señalándome y dice, haciéndose escuchar: "¡Usted es un príncipe! ¡Todo le queda bien, pero ése fue hecho, sin ninguna duda, para usted!".

Quedé sorprendido. Me sentí halagado y en ese momento no calibré lo que hoy con la distancia del tiempo y la experiencia, me parece evidente: El hombre era homosexual y estaba ejecutando un lance. Como quiera que sea, yo era joven en ese entonces, pero en ningún caso idiota. El halago tocó mi vanidad y escondió, detrás, la naturaleza e intención de mi halagador. Sin embargo, como no soy un marica, el lance no pasó de ahí, aún cuando me alegró de manera ingenua.

Hoy, aquí en el barrio en que vivo y medro, si en una tienda de modas, encontrare yo a una mujer desconocida y bella probándose un traje que subraye su hermosura y talante y le dijere: "¡Es usted una princesa! ¡Todo lo que se ha probado le queda bien, pero éste fue hecho, sin ninguna duda, para lucirse con usted!", es muy probable que la mujer me denunciara y terminara condenado por acoso.

Voy a confesar que soy un machista. Pero estoy a favor de que la mujer pueda alcanzar los mismos niveles de derechos que el hombre, y no considero que los actos de las mujeres sean inferiores en calidad o efectividad. Me ha tocado trabajar con muchas mujeres y su eficiencia y dedicación, suele ser muy superior a la de los hombres. Así entonces creo que no deberían ser minusvaloradas. Sin embargo creo que la mujer no es, ni será, ni debiera ser igual al hombre; más todavía, soy un ferviente partidario de la diferencia. ¡Me gusta la diferencia!.

En alguna ocasión, no recuerdo el motivo, caminaba por la avenida más concurrida del centro de la ciudad. En sentido contrario al mío se acercaba una jovencita con un movimiento excitante de las caderas, enfundadas en un pantalón muy ajustado y con una blusa leve que, no sólo, dejaba ver que no usaba un sostén, sino, también, que tenía unos pechos firmes que calzarían perfectamente en la palma de cualquier mano. Al pasar a mi lado, sorpresivamente, acarició mis genitales y susurró algo en mi oído, que no alcancé a escuchar, quizás paralogizado por la sorpresa. Me detuve y me di vuelta para verla, intentando comprender. Ella me miró por encima de su hombro, con una semisonrisa coqueta y me hizo un gesto de invitación con la mano. ¡Entonces comprendí!. No sé si comprendí bien: Era una bonita prostituta en su trabajo.

Hoy en día, si algo así sucediera, pero a la inversa: Una mujer distraída caminando por una avenida concurrida, fuera de pronto acariciada en el pubis por un hombre de buen ver, bien tonificado, que le susurrara alguna invitación al oído, incluso si fuera joven y hermoso, sería denunciado, tal vez agredido públicamente por la turba y condenado luego por abuso y acoso. Desde luego sería, al menos, parte de las noticias locales. Si hoy tuviera, yo, la misma experiencia, otra vez, tal vez me sorprendiera de nuevo, pero jamás denunciaría el hecho. Algunos hombres, percibida la invitación, la aceptarían gustosos. Es que el hombre es diferente a la mujer y ésta jamás será igual al hombre.

Las mujeres reclaman el derecho de ser tratadas como iguales, pero estamos llenos de diferencias. Reclaman el derecho a disponer de su cuerpo como mejor les parezca y vestirse a su amaño sin ser agredidas o molestadas por el acoso. Yo reclamo, para mí y para todos los hombres, el derecho a mirar con atención y agrado a las mujeres cuya belleza o atracción, por el motivo que sea, estimulen mi virilidad. También reclamo el derecho a manifestarlo, tanto como la mujer manifieste su femineidad en su vestimenta, en su andar gracioso, o en sus modos coquetos. Una alternativa justa sería una mujer censurada, un hombre silencioso, una sociedad victoriana y de hipócrita castidad.

La manera correcta, en nuestra bella lengua, de referirse a un grupo genérico de personas es utilizando un género neutro, que coincide con la forma masculina. Por ejemplo, se dirá: "¡Vámonos todos de farra!", para invitar tanto a los hombres como a las mujeres a la juerga. El feminismo de algunos (incluye hombres pro feminismo reivindicativo) ha tomado la moda, impropia creo, de decir: "¡Vámonos todos y todas de farra!". Algunas prefieren que se diga: "¡Vámonos todas y todos de farra!". Otros, por ironizar, dirán: "¡Vámonos todos, todas y todes de farra!", para incluir a quienes tienen "capacidades sexuales disminuidas"; ¿O acaso los homosexuales no deben tener iguales derechos?. En el desiderátum de la reivindicación las universitarias están exigiendo, para pacificar su furia que se diga: “"¡Vámones todes de farra! (¿o tendría que ser: de farre?)".

Bueno, el problema de los derechos es algo que mantiene la delicada piel social irritada hoy por hoy. Quien vea; por mantenerse informado, o por costumbre, o por diversión, o qué sé yo; las noticias, constatará que a lo largo y ancho de toda la pelota que nos cobija se usa las marchas y concentraciones multitudinarias para protestar por las pensiones de vejez, por las utilidades de los bancos, por la corrupción de los políticos, por la brutalidad de los terroristas, por la pedofilia de los curas, por el precio de la palta, por el acoso de los profesores, por las dictaduras impopulares (hay otras anodinas, de las que nadie se acuerda), por los gobiernos impopulares, por el traje de baño de las musulmanas, por la gratuidad de la educación, por la privatización de la salud, por la mala calidad de la atención pública de salud, por el lucro de los servicios públicos, por el aumento del precio del condón, por la baja del acero, por el aumento del petroleo, por el calentamiento global, por el uso de las aguas, por la energía no renovable, por la caza de ballenas, por la legalización del aborto en una, dos, o tres causales, por el aborto libre, por el femicidio. Y me detengo aquí, no por falta de motivos, sino por voluntad.

¡Qué tema el femicidio! Antes de entrar en éste hago una breve digresión poética con un versito que no es mío. Tampoco conozco el nombre de su autor, pero fue un adelantado al que la poesía nueva aún no alcanza a alcanzar:

Buitre;
tú te enojas porque yo te mato
¿cómo yo no me enojo cuando tú roes
a mi caballo muerto el espinazo?

Femicidio es un término coloquial. No existe una entrada en el diccionario oficial de la lengua castellana para esta cláusula. En cambio si está incorporado el término "feticidio". Lo encontré buscando "femicidio". Sugiere, el diccionario, que la entrada en cuestión, cuya definición es "Acción y efecto de dar muerte a un feto" podría estar relacionada con mi consulta. En el habla común, por femicidio se entiende el dar muerte a una persona femenina, por parte de su pareja masculina, mientras que un homicidio no es el análogo inverso, sino el dar muerte a una persona por otra. Otra vez salta la diferencia entre mujeres y hombres, aunque en este caso es un producto meramente cultural. El feticidio encontrado, es otra odiosa diferencia: ¿Por qué se le llama aborto y no feticidio?. Quizás sea porque hay mujeres que reclaman que el feto es sólo una parte de su cuerpo, sobre el cual las debe asistir el derecho pleno de disponer. Es decir: Si me corto un brazo, no es un bracicidio sino una torpe amputación. Así, entonces, sería la formación de un precepto moral alcanzado por efecto de la gramática. Un aborto no es parte del concepto del asesinato en tanto es la amputación de un órgano, por otra parte un feticidio le otorgaría la dignidad de un ser separado y distinto al asesinado. En fin, es claro que aquí hay dos diferencias insalvables que ninguna manifestación pública, por tumultuosa que fuere, podrá igualar en derechos a hombres y mujeres: El hombre jamás podrá abortar, ni tampoco preñarse, ni se hace acreedor a legislación ninguna para amputar ningún órgano de su cuerpo. Para ahondar aún más la brecha de las diferencias insalvables: El hombre preña a la mujer de un nuevo ser, sobre el cual no tendría derecho ninguno, bajo ninguna causal, ni siquiera siendo copartícipe de su gestación.

Tal vez los machistas del universo deberíamos comenzar a marchar y manifestar nuestro derecho a decir cuándo y en qué circunstancias nuestro feto, alojado en el cuerpo de una mujer debe ser abortado y cuándo no, por el sólo imperio de nuestra voluntad. ¿Acaso concurrirían las mujeres a aprobar una ley así, tanto como el hombre lo ha hecho para la mujer?.

En este punto de las reflexiones algo dispersas, me viene a la memoria la frase que convirtió a Bill Clinton en presidente de los estados unidos: «Es la economía, ¡estúpido!». George H. Bush tenía por ese entonces una popularidad que rayaba en el noventa por ciento y se consideraba imbatible. El jefe de campaña de Clinton sugirió la estrategia de centrar la lucha política en un sólo foco que diera en el centro de las preocupaciones de la gente, mientras Bush sólo exhibía logros externos en la guerra fría, en la guerra del Golfo Pérsico y así. Desde ese hallazgo, hasta hoy, la gran sociedad global ha ido atravesando su historia, como quien cruza un ancho río torrentoso pisando en las piedras y rocas que emergen a su superficie, convertidas en eslogan. Cada una de ellas se integra a una larga lista inconexa de reivindicaciones sociales: Las migraciones, el feminismo, el mercado, el liberalismo, la previsión, los derechos laborales, la vivienda, la educación, el calentamiento global, el desarrollo sustentable, la eutanasia, «Hagamos a América grande de nuevo». ¡Para qué seguir!.

Como han dicho ciertos autores, la sociedad vive la era del espectáculo, donde lo que interesa proviene de un montaje en torno a una idea de mucho peso coyuntural que se transforma en una exhibición a la que se da carácter ceremonial. La mente breve, sin costumbre de reflexión, se integra a los movimientos sociales porque todos se integran: Es lo que corresponde; «es la economía ¡Estúpido!». Así estallan los movimientos populistas a partir de un #MeToo, "Todos somos Charlie Hebdoo", #NiUnaMenos, "Sí se puede", #AmericaFirst, "No es abuso es violación". Sobre estos hitos la sociedad cree avanzar al progreso que está allá, al final del camino, porque todos la ven allá, al final del camino. ¡Nada más!

El movimiento feminista universitario caminando por esta senda ha levantado la bandera de la educación no sexista. Uno de sus estandartes exige que se elimine de las bibliotecas universitarias, y cuando es el caso, de la enseñanza, a Pablo Neruda quien en "Confieso que he vivido" se acusa de la violación de una mujer birmana del servicio doméstico. ¿Eliminar el conocimiento de la historia ayudará a la mujer a ser más igual?. Para conseguir igualdad se quiere impulsar leyes y reglas lingüísticas, como la introducción de una nueva forma del neutro gramatical, así entonces, no habría alumnos y alumnas, sino sólo "alumnes" y así como existe la patria, que pertenece a la cultura masculina, habría que instaurar la matria; y me pregunto: ¿Cambiar a los poetas por les poetes?. Rayano en lo absurdo, deberá utilizarse cuotas iguales de textos académicos de autores femeninos y masculinos.

Me pregunto si cuando el feminismo logre sus reivindicaciones: ¿Se podrá estudiar a Copérnico, Arquímides, Newton y Einstein? ¿Se podrá leer a Shakespeare y Cervantes?, ¿Podremos escuchar a Bach, Mozart o Beethoven?, ¿O deberemos comenzar toda la cultura de nuevo?, como si fuera un reparto del juego de cartas: Una y una, todas las artes, todos los oficios, todas las instituciones, todos los valores morales, sociales, personales, todas las libertades, todos los deberes y todos los derechos y más y más.

Tengo una teoría: Está delineada como alegoría en los viejos mitos escritos, en los más antiguos y venerados textos de los hombres. La mujer comió primero del fruto del árbol prohibido a los ingenuos, a los simples, a los felices; entonces tuvo conciencia, abrió el conocimiento y el raciocinio, comparó y separó lo bueno de lo malo, los anhelos y deseos del hastío y la desidia. La mujer creyó que el fruto era bueno y le dio al hombre. Desde entonces el afán de prosperidad y competencia torturó al ser humano; por eso se vieron desnudos y cubrieron sus vergüenzas. Por ese entonces el macho humano sólo tenía la fuerza bruta. Su primer acto de conciencia le dijo: "¿Qué has hecho?, ¿Por qué ahora te escondes?. ¿Acaso comiste del fruto del árbol prohibido?". El macho del hombre le respondió a su nueva conciencia: "¡Yo no comí!; ¡La mujer me dio!" y creyó que debía castigarla por traer la desgracia de perder la inocencia y que debía someterla para que no lo volviera a hacer. La mujer creyó que era bueno y se sometió: "Es preferible que el hombre tenga el peso de la responsabilidad y que yo disfrute de los beneficios".

Tal vez, hoy, la mujer haya vuelto a probar el fruto y pretende dar de probar otra vez al hombre, pero hoy tiene sabor amargo y el hombre no lo quiere: ¡Ya conoce las consecuencias!.

Pero esta es sólo una teoría personal: ¡Una ilusión quizás vana!.

Kepa Uriberri